José Manuel Pérez Villar
Vengo mojado… Así comienza el cantar. Este año lo podíamos haber cambiado, y haber dicho, “Voy a Santo Tirso, y llego empapado…”. En cualquier acto que se organiza, y más cuando es al aire libre, siempre hay un factor determinante “El tiempo”. Sabíamos que este año el tiempo no iba a acompañar, y así fue.
La ilusión puede más que los inconvenientes, y así fue. Ya desde la mañana, cuando empezábamos a llenar la gran perola, con las viandas para más de quinientos comensales, la lluvia hacía acto de presencia, y todo indicaba que el acto se suspendería. De repente mi teléfono empieza a sonar.
Mi cuerpo lleno de miedo, y empiezan a llegar los gritos de ánimo, y adelante (alguna llamada para que se suspendiera todo). Se acercan las once y el solar de la antigua estación del tren, se va llenando de coches, se van armando los pendones, comemos una pasta casera, tomamos un chupito de orujo, y comienza el desfile.
El agua hace acto de presencia, pero nadie se para. Se llega a la plaza de Navianos, y los pendones de la Valduerna, Maragatería, Órbigo, hasta completar diecisiete, hacen reverencia al Santísimo. Todos a una, para preparar el sitio donde comer (vuelve a amenazar lluvia).
Al son de las panderetas y castañuelas, la flauta y el tamboril, le dulzaina, y hasta una gaita, animan a todo el personal, y todo preparado para la comida, cerca de quinientos comensales. De repente me llama mi soledad, me aparta a un lado, y me anima a seguir. Si no lo hiciera, no sería yo. Gracias.