José Cruz Cabo
En el mismo sitio donde hoy están las piscinas de verano, que contrató e inauguró el entonces alcalde, Leandro Sarmiento Fidalgo, un 18 de julio de 1972 a las cinco de la tarde, hubo un famoso merendero denominado “La Corneta”, que regentó la señora Joaquina y después su hijo Fausto del Río. Aunque siguió bastantes años después de los treinta, ya que en los veranos eran un merendero donde la gente se lo pasaba muy bien, pues además de beber y de comer con satisfacción, era un lugar idóneo para combatir la canícula veraniega y, a la sombra de sus árboles, y pegando al río Tuerto, era el sitio más fresco de la ciudad, por lo que las tardes de los veranos era visitadísimo por los bañezanos de aquella época todos los días, pero de manera especial los domingos y fiestas. Mis recuerdos de dicho merendero están circunscritos, de una forma especial, a mi niñez aunque también lo visité de joven en los años cuarenta y cincuenta.
Pero de niño, sobre todo del año 33 al 38, los domingos y días de fiesta, estábamos esperando que llegaran las ocho y media, para iniciar el camino hasta cerca del merendero de “La Corneta”, donde mi padre desde las tres de la tarde, estaba cantando la lotería, a los muchos clientes que a este merendero iban a refrescar. Mi padre Manolillo, como le llamaron siempre en la ciudad, por ser natural de Camas (Sevilla), que en aquellos años, además, era el cabo de los serenos, tenía una gracia especial para cantar los números que salían, ya que a todos les ponía una cantinela, antes de decir el número: Por ejemplo el 77, eran las banderas de Italia, el 22, los dos patitos, el 44 dos monjas de rodillas, el 13, carasucia y así hasta llegar al 90, que era el último de la fila y pelao. Naturalmente en ese tiempo los niños no entrabamos en los merenderos, pero nuestra alegría era ir a buscarlo, para que nos enseñara los bolsillos, que traía llenos de calderilla de las propinas que le daban los ganadores del cartón, que entonces no había líneas, como ahora en el bingo.
Cuando lo veíamos venir, siempre acompañados de nuestra madre, la que tuvo la primera guardería en la ciudad, Everilda Cabo Valenciano, mi hermano Manolo y yo, nos abrazábamos a él y veníamos los cuatro la mar de contentos al ver que traía mucha calderilla en los bolsillos que entonces valía dinero. Al llegar a la Plaza Mayor nos compraba barquillos, pero teníamos que comerlos después de la cena, que se servía nada más llegar a casa, ya que mi padre, Manuel Cruz Pérez, cantaor de saetas y de lotería en nuestra ciudad, tenía que estar a las diez en la Plaza Mayor con todos los serenos, para iniciar el turno hasta las seis de la mañana, después de haber cantado “Alabado sea el Santísimo Sacramento”, contestaba el siguiente “por siempre sea bendito y alabado,” las diez y lo que fuera, sereno, lluvioso ventoso o nublado, decía el tercero y el cuarto Viva España y se disolvían los serenos y cada uno iba a recorrer las calles que les correspondían durante toda la noche.
Pero a mí lo que más me privaba era ir a buscar a mi padre y luego oirle iniciar el saludo de “Alabado sea el Santísimo Sacramento”, porque después nos recogíamos en casa a dormir hasta la mañana siguiente. Eran tiempos tranquilos y los niños gozábamos en la ciudad de todos los privilegios, siempre que fuéramos buenos y respetáramos a los mayores, comenzando por nuestros padres. En la Escuela de Villa los maestros nos hacían dar urbanidad una vez a la semana, para que supiéramos como teníamos que comportarnos en casa, en la calle y en sociedad y si por equivocación o por gusto, hacíamos algo indebido, nuestros padres se enteraban casi al momento y la zapatilla de mi madre comenzaba a ponernos el culo colorado.
Al morir mi madre Everilda, el año 38, mi padre se contrató en una tonelería de Puerto de Béjar y nos marchamos de La Bañeza hasta el final del año cuarenta que volvimos, pero ya mi padre se dedicó a su oficio que era la tonelería y se volvió a casar y aunque todavía cantó las saetas hasta el año 1945, después, al poco tiempo, se jubiló y hasta el año1967 siguió viviendo aquí y aquí está enterrado para siempre.