Cuando escribo estas notas, escucho desde mi despacho los sones de la tamboreada, la batukada de los alumnos de la Escuela Municipal de Música en la Plaza Mayor. Es el tan, tan que llama a las gentes de La Bañeza a la juerga, a la jarana, a la diversión. Han pasado ya muchos años, muchísimos en los en estos días de carnaval, la Guardia Civil local tenía que llamar al gobernador civil para darle puntualmente las novedades.
Y es que entonces, hace cincuenta, cuarenta años los carnavales eran pecados de lesa vecindad. La curia sacerdotal ponía en entredicho estos tres días anteriores a la Cuaresma, para que nadie se moviera por el pecado de la carne, por el axioma de peca mucho que vienen cuarenta días de penitencia y ayuno, de golpes de pecho y ceniza sobre la cabeza para celebrar nuestra particular preparación para vivir la Semana Santa.
“No hay novedad en la calle, señor gobernador”, repetía una y otra vez el agente que estaba atento al telefonillo, en un cuartucho que había a la entrada del cuartel. Aunque otros guardias, con los policías municipales y los serenos anduvieran corriendo a los disfraces y a las máscaras, a una manada de bañezanos que hacía pedorretas a las órdenes oficiales y religiosas.
A estas horas, cuando suenan los bidones de plástico y los cajones huecos en la Plaza Mayor no sé si va a venir este año el nuevo subdelegado del Gobierno, gobernador en román paladino, como ha venido haciendo el titular que hasta ahora ha ocupado es puesto en los últimos siete años, Paco Álvarez. Quizá ni viene ni se le espera. No vaya a ser que tenga ramalazos de antiguas normas y nos fastidie la juerga.
No se lo cree ni él. “No hay novedad, señor gobernador”. Los bañezanos sabemos apañárnoslas solos en lo tocante a la diversión, al carnaval. La tarde noche de este primer día empieza a cambiar los sonidos en la Plaza Mayor. La ‘procesión masturbadora’ ha empezado. Y después vendrá la intranquila tranquilidad de los ‘Tranquilos` y no sé cuantas cosas más.
El sábado por la mañana se hace un ensayo general con todo de la Noche de Chispas y de la Noche Bruja. Y llegará el desfile del domingo, pasando a limpio el acta del año anterior. Y el desfile de los niños. Y la Noche Bruja de la ‘Madrugá’. Y el desfile del Martes, que según dijo Mario Núñez, el Martes del desmadre padre. Y el entierro de la Sardina.
Todo está preparado. Pero “no hay novedad en la calle, señor gobernador”. Bueno sí. El asfalto, los adoquines, las columnas de los soportales, las casas que conforman esas calles y, sobre todo sus gentes, se han transformado en un aquelarre de juerga, de locura, de… Por lo demás, aquí no hay novedad, señor gobernador recién nombrado.
Se me olvidaba. O quizás no. Para el final he dejado el principio de la fiesta, el pregón del carnaval que este año se une en un matrimonio que, creemos y esperamos sea perdurable, con la proclamación de la Musa del Carnaval. Una especie de levantar el telón de la fiesta, de la fantasía, de la imaginación, de las ilusiones gestadas en los últimos once meses y medio.
¡Ya es carnaval en mi pueblo! Para todos. Los que corren y los que corrimos antes de que el gobernador se diera por vencido, antes de que el Gobierno nos quitara el tren de las seis y cuarto para ir a retenerlo a la estación. Por ello, y sin que sirva de precedente, dejadme, queridos lectores, que termine con unos versos que ponían punto y final a mi pregón de hace cuatro años:
Que se quiten las caretas / y disfraces del cortejo. / Que se abran los armarios / de imaginaciones, ciegos. / Que se rasguen telarañas / de los antifaces serios. / Que se limpien los zapatos de cristal. / Que se zurzan los harapos de ilusiones. / Que se almidonen enaguas / de puntillas y de enredos. / Que dancen las bambalinas / y que lluevan los luceros. / Que las sirenas susurren / cánticos y cachondeos. / Que cataratas de risas / revienten nubes del cielo. / Que las estrellas nos guiñen / a propios y forasteros. / Que La Bañeza arde en fiestas… / Que es Carnaval en mi pueblo.
Carne de danza y de baile, / de alegrías y de anhelos. / Antruejo de chispa, brujas, / de juerga y jarana velos / Disfraces de Blancanieves / con enanos lisonjeros. / Payasos de blanca cara, / o simples payasos negros. / Abejas, ranas, dragones. / Gatos, osos y ratones. / Piratas, indios, o curas. / Risas de helados y soles. / Lágrimas de lluvia fría / y amanecer en colores. / Esquizofrenia, locura / de un pueblo llano y certero. / Máscaras sobre la puerta / susurrando desconsuelos, / bisbiseos de modistas, / hilvanes, telas, enredos. / Que La Bañeza arde en fiestas… / Que es Carnaval en mi pueblo…
Y la juerga se hace calle. / Hay labriegos y artesanos. / Hay clérigos y licenciados. / Hay matronas, hay doncellas / y hasta algún ceño arrugado. / Y el Miércoles de Ceniza…, / ya los zapatos colgados, / los zapatos de cristal / de una cenicienta en paro, / nos pondremos las caretas / que llevamos todo el año. / Y una ‘Sardina’ en la noche / llora este fin desolado, / con versos de verdes lanzas, / con coplas de desencanto. / En un velatorio viejo / hay lloronas sandungueras, / rompiendo juergas y cielos, / de vinos y de escabeches, / para enterrar el antruejo. / Que La Bañeza arde en fiestas… / Que es Carnaval en mi pueblo”.