Es indiscutible, si es gratis, como si es mierda, siendo gratis las opciones de interés crecen por minutos y todo aquello que exhiba la preciada palabra a su lado se convierte al instante en un asunto a tener en cuenta, mientras que si hay que pagar, aunque sea una mísera cantidad, la gente comienza a poner excusas y el preciado objeto de deseo ya deja de tener atractivo.
Cuando a mediados de diciembre se empezó a hablar de las cien mil bombillas que una conocida marca de bombones había colocado en Puebla de Sanabria, la noticia corrió como la pólvora y, mientras algunos pensamos de inmediato que, entre otras cosas, lo que perseguía la conocida casa italiana era asegurarse la promoción de la campaña navideña de sus productos, hubo quien sólo acertó a recordar que el día de la inauguración habían repartido bombones a todo el que se acercó a presenciar el encendido con autoridades, prensa, los rostros famosos de la cadena televisiva y la parafernalia que suele acompañar a estos saraos mediáticos.
Tanto es así que aquello se convirtió poco menos que en una peregrinación a la que, he de reconocer, también asistí, aprovechando un viaje de vuelta del país vecino, para ver qué era aquello que tanto daba que hablar en los corrillos modernos. Eran luces. Luces colocadas con bastante buen gusto que realzaban la indiscutible belleza de la plaza Mayor de un pueblo ya de por sí considerado uno ‘de los más bonitos de España’ y un letrero excesivo que, bajo mi punto de vista, lo que buscaba en todo momento era el postureo en las fotos de los perfiles y que el nombre de la marca estuviera presente en todas ellas a coste cero.
Quizás algunos, de los que sólo acertaron a recordar que el día de la inauguración se repartieron bombones, pensaban que los bombones colgaban de los tejados a modo de bolas navideñas, porque nada más llegar se oían los rumores de la ausencia del preciado botín, uno, dos, tres… cerca de una docena de golosos conocidos me encontré preocupados por el asunto ya que, al parecer, su única excusa para acudir allí fue la de hartarse de bombones, eso si, gratis.
Además de los comentarios y las caras de disgusto por la ausencia de los mismos y tras decir yo que lo que buscaba la tanto la marca, como el ayuntamiento de Puebla de Sanabria era la difusión de las fotos y la llegada masiva de visitantes ávidos de foto y bombones gratis, fue la pataleta de decir: “pues yo no pienso subir fotos, que se chinchen…” Y a continuación, tras informarle a una dama sobre la opción de comprar en el supermercado una caja de 3 unidades de Ferrero Rocher por un euro y una caja de 16 por poco más de cuatro, acabó diciéndome que no podía comer bombones, que tenía colesterol.