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No se deje llevar por los horteras

● IBAÑEZA.ES ►Lunes, 27 de diciembre de 2010 a las 0:28 Comentarios desactivados


En los últimos días que nos quedan por arañarle al año parece que todo se convierte en una carrera de relevos por llegar a una meta desdibujada al final de un camino. Así, sea cual sea el lugar de los hechos, los que tuvieron poca suerte en la lotería corren a las administraciones donde se vendieron los premios más altos pensando que en el Niño se repetirá la jugada; quienes el viernes pusieron en su mesa una cena por valor de cuatro, y al día siguiente oyeron a la vecina sus planes, intentarán en su Nochevieja adelantarse al resto del bloque de viviendas.

Y quienes recibieron una docena de mensajes estúpidos de los que se reenvían unos a otros tratarán de enviar catorce y adelantarse al primo o al cuñado que alardea entre sus familiares de la gran vida social que tiene, a juzgar por el número de felicitaciones. Y es que, a pesar de que la crisis ha recortado el número de tonterías que pueden llegarte hasta tres veces la misma noche, hay algunas felicitaciones que rozan lo absurdo por sí solas y lo hipócrita si se tiene en cuenta al remitente.

Pero hay gustos para todo, como el caso de los fetichistas de mensajitos navideños, que los guardan de un año para otro y así contribuyen a su reciclaje y a cubrir la falta de inventiva cuando tienen que ponerse a corresponder con sus contactos de móvil que se le han adelantado. Ahí es cuando más de uno se juega el tipo y te envía de vuelta un puñado de caracteres que le enviaste tú el año pasado al primo de su hermano que, al mismo tiempo, es tu compañero de la facultad; y a éste, como periodista que dice su título, se le supone verbo fácil pero un año después deja en evidencia su situación.

Es Navidad, época de cambios, de planes, de metas, de propósitos, de consumismo y de apariencia; todo lo contrario de lo que predica el origen de estas fiestas, mientras cada año se celebra el triunfo del consumismo a pesar de que los que saben y los que sienten digan lo contrario que las grandes marcas en sus espacios publicitarios. Todo porque sobran luces, villancicos que llegan a convertirse en melodías aterradoras, un ejército de muñecos navideños por todas partes y un mensaje omnipresente de felicidad que dura un mes más o menos.

A pesar de que van desapareciendo esos papanoeles de distintos tamaños que hace un par de años empezaron a abundar por las calles, aún son muchos los que tienen colgando del balcón al gordito vestido de rojo que trata de colarse por una ventana cerrada mientras a través de los cristales se vislumbran todo tipo de adornos navideños, pegatinas, letreros, un abeto y muchas luces de colores. Quizás, de no ser porque ya se conoce el paño, a juzgar por el despliegue luminoso con el que muchos hogares celebran la navidad, en estas fechas resultaría complicado distinguir un hogar de un burdel.

Celebre la Navidad a su manera, sea feliz, busque ser usted mismo y no trate de aparentar que es el paladín de afinidades absurdas que tarde o temprano pueden dejarle en mal lugar. Piense que tras diciembre llega enero y que el buen gusto es una virtud. Y quizás, a pesar de que la tentación está a cada paso, no se deje llevar por los horteras que tratarán de confundirle hasta despojarle de su identidad.

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