Cuando comencé esta columna me propuse ser más costumbrista que otra cosa. Y el tema que hoy nos ocupa ha pasado a ser una costumbre, fea, pero una costumbre. Hablo de la relación que tienen los políticos con la prensa y la prensa con los políticos.
Diez medios españoles entraron en el Despacho Oval a cubrir el encuentro entre Rajoy y Obama. Qué medios entran lo decide de forma unilateral el Gobierno. La sorprendente decisión del Ejecutivo español pasó por dejar fuera a la Cadena SER (la radio más escuchada de nuestro país) y al diario El Mundo (el segundo más leído de los generalistas). ¿Y por qué?
Cunde en este país la idea de que la prensa y los que trabajamos en ella somos instrumentos de poder a servicio de los políticos. “Correveydiles” de cualquier estamento, de presidentes a alcaldes. Un panfleto publicitario a precio de ganga. Y claro, cuando el mensaje no les gusta, toman represalias porque consideran que tenemos que rendirles cuentas.
“No se admiten preguntas, sólo dos preguntas, la segunda ya tal o está lloviendo” son algunos de los lemas más elegantes que ilustran la relación políticos-prensa. Lo que me indigna de verdad de todo esto es que el político se siente legitimado para llevar a cabo este tipo de tropelías todo el tiempo. ¿Y qué hacemos como ciudadanos para evitarlo? Nada.
No pretendo dar aquí una lección sobre transparencia, pero si queda algo de nuestra democracia que no sea papel mojado deberíamos mirar porque estos abusos acaben de una vez. Un ciudadano bien informado es el mejor garante de nuestra libertad, de nuestro futuro y de nuestro sentido común.