En el periodo revolucionario, de 1869 a 1873, los federalistas pretendieron una descentralización del país, que entendían avanzada y decisiva, en contraposición al religioso y tradicional arcaicismo carlista de los fueros. En tiempos de la Primera República ya se recogió en su proyecto de Constitución federal del 17 de julio de 1873 la pretensión de crear un único Estado federado (dentro de los 15 proyectados) de once provincias en el valle del Duero español, que además hubiera comprendido las de Logroño y Santander, como pocos años antes habían propugnado para Castilla la Vieja desde Valladolid en el Pacto Federal Castellano. En posteriores ocasiones denominarán Región Duero, y también Castilla-León, a ese territorio central que confiere a Valladolid su centralidad y a la que a lo largo de la historia le ha dado carta de existencia, por lo que esta urbe ha estado siempre al frente de todo intento unificador de castellanos y leoneses y oponiéndose con rotundidad a las reivindicaciones de unos y de otros en defensa de sus respectivas y separadas identidades.
Aquel proyecto será contestado por los republicanos leoneses de manera contundente, y fruto de la movilización de políticos de todo signo e instituciones, a la Asamblea Constituyente llegó en agosto de 1873 desde la comisión de la Diputación provincial de León (integrada por el secretario y cinco diputados, todos monárquicos) y apoyada por el ayuntamiento de La Bañeza y otros como los de Valencia de Don Juan y Riaño, una petición de su modificación que permitiera a la provincia formar un Estado propio dentro de la República Federal Española. El fin del breve régimen republicano, a principios de 1874, dio al traste con una y otra iniciativa.
Por lo que hace a la provincia leonesa, donde ya Fernando Merino, conde de Sagasta, había representado una aspiración leonesista, más o menos hábil o discretamente llevada, contra la aspiración o realidad centralista encarnada por los políticos datistas o garcíaprietistas, una de las características distintivas, no obstante, del regionalismo leonesista, del leonesismo cuyas raíces e impulso se hunden en el siglo XIX, frente al castellano-leonés fue la distinta relación que uno y otro tuvieron frente a las reivindicaciones autonómicas catalanas: Cuando en diciembre de 1918 se redacta por los representantes de las diputaciones de Castilla y de León en Burgos un documento de oposición al nacionalismo catalán, el ayuntamiento de León con su alcalde socialista Miguel Castaño Quiñones al frente rechazará tales acuerdos y se manifiesta favorable a las pretensiones catalanas, a la vez que reclama una amplia descentralización para municipios y provincias.
Se dieron además frecuentes y amistosos contactos entre Francesc Cambó y líderes leonesistas como José Eguiagaray Pallarés, quien, consciente de los atentados a la identidad leonesa, pretendió potenciarla evitando toda posible confusión artificial con las regiones vecinas, llegando a proponer en marzo de 1934 desde El Diario de León la creación de una Liga Regional Leonesa entendida como un centro de estudios leoneses, con sus secciones económicas y comerciales y con evidentes paralelismos con el viejo partido del nacionalista catalán. Ya antes, el 10 de mayo de 1931, en pleno periodo electoral para la representación en las Cortes Constituyentes, desde La Opinión, en La Bañeza, se había mostrado a Cataluña como “ejemplo vivo de la necesidad preconizada de defender el porvenir de la región, cada cual desde su credo ideológico, pero todos juntos antes que nada”, y en julio del mismo año, desde el mismo semanario bañezano Felipe Alonso Marcos (tildado de masón años más tarde) proponía la creación del Bloque Leonés, un partido político “para el necesario despertar de un regionalismo sincero y consecuente con los principios de las nacionalidades y el mejoramiento moral y material de la provincia de León y de la región leonesa”.
Antes, en 1917, en el número 7 y siguientes de La Voz Bañezana sus redactores Felipe Alonso Marcos, Gaspar Julio Pérez Alonso, Augusto Valderas Blanco, y Nicolás Benavides Moro habían formulado ya una manera de pensar el leonesismo, el Regionalismo leonés, como el mejoramiento moral y material de la provincia, al que se ha hecho acreedora por derecho; una idea ya presente en las páginas del bañezano semanario predecesor El Pueblo, la de establecer un bloque leones (netamente) para intensificar la vida provincial, la esencia de la Región Leonesa, que el primero retoma y brinda en La Opinión en agosto de 1931. En enero de 1915 se celebra en el Casino el homenaje al bañezano Padre Miguélez, recogido en sus placas de magnesio por el fotógrafo Manuel Anta (que se proveería seguramente de material fotográfico en el establecimiento de Luís Vigal, óptico y farmacéutico), y el discurso del agustino, tintado de un cierto y precursor leonesismo, llamando “al resurgir de la patria chica tan abandonada por el centralismo que todo lo absorbe”.
Se dio coincidiendo con la dictadura un leonesismo cultural que alimenta los ateneos y las sociedades y tertulias, que florecen entonces junto a revistas literarias e ilustradas en las que conviven gentes de todas las tendencias. Una efervescencia cultural que acrecienta el desarrollo de las letras y las artes y origina el renacer de la reivindicación universitaria y la recuperación de la historia, las tradiciones y el folklore (algunos de quienes la propiciaron en La Bañeza fueron, entre otros, Menas Alonso Llamas, Manuel Fernández y Fernández Núñez, y Nicolás Benavides), elementos todos que se plasman en el afianzamiento de un regionalismo leonés ligado a la defensa de los intereses morales y materiales de la provincia y que recoge con simpatía el golpe del general Primo de Rivera, presentado con rasgos arcaizantes y nostálgicos y desprovisto desde el principio de los perfiles y los contenidos propios de los nacionalismos periféricos peninsulares disidentes, frente a los cuales, ya en la Segunda República, aparecerá de nuevo como un “regionalismo sano y bien entendido” que reclama como discurso legitimador la rectificación de las reformas republicanas, de tal modo que la derecha leonesista se sumará en ocasiones a las campañas contra el Estatuto de Cataluña y participará en las propuestas regionalistas de las provincias de la cuenca del Duero, defendiendo su federación y la equiparación con otras regiones, e interviniendo en la redacción del proyectado Estatuto castellano-leonés para una comunidad que, tanto región entonces como autonomía casi cincuenta años después, se diseñaba como españolista contrapeso de aquellos nacionalismos de la periferia centrífuga.
Desde el mismo semanario había celebrado el 1 de marzo José Marcos de Segovia las orientaciones que desde la capital se pretenden dar por aquellas fechas al leonesismo por un grupo de prestigiosos intelectuales, abogando porque ellas produzcan los óptimos frutos virtualmente contenidos en el aún poco cultivado espíritu regional, y condensen “un regionalismo leonés elevado y sin mácula; un leonesismo grande e imperecedero”, que propugna como “el remedio a todos los males y postergaciones que colectivamente sufrimos”, y del que derivará “el respeto y la autonomía desembarazada para colaborar en el engrandecimiento patrio”.
El regionalismo leonés se vio en aquel tiempo influido por las tesis del vallisoletano Narciso Alonso Cortés, favorables a la integración de todas las provincias de Castilla y de León en una Federación Castellana, planteamientos luego abandonados por los de formar un regionalismo más leonesista, como los que por entonces mostraba el citado semanario bañezano La Opinión, que clama porque “los nueve diputados que en las Cortes Constituyentes van a representar a la provincia sientan los latidos del pueblo leonés y sus problemas, y con Cataluña como espejo y ejemplo piensen en la región sobre todo lo demás, y cada cual dentro de su credo ideológico, pero todos juntos, laboren por ella como leoneses antes que nada”.
Del libro LOS PROLEGÓMENOS DE LA TRAGEDIA (Historia menuda y minuciosa de las gentes de las Tierras Bañezanas -Valduerna, Valdería, Vegas del Tuerto y el Jamuz, La Cabrera, el Páramo y la Ribera del Órbigo- y de otras de la provincia, de 1808 a 1936), recientemente publicado en Ediciones del Lobo Sapiens) por José Cabañas González. (Más información en www.jiminiegos36.com)