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La mierda de los perros, que se la lleven sus dueños

● A. Cordero ►Domingo, 4 de septiembre de 2011 a las 9:22 Comentarios desactivados


Como faltan unos meses para el entierro de la sardina y el problema ha sobrevivido a las coplas que alguien escribió para uno de sus cuadernillos, al tema que La Charra incluye en su último disco y al artículo que Polo Fuertes escribió hace unos meses en este mismo lugar, creo que es momento de volver a incidir en ello. Ante todo, respeto a los perros y a los dueños, aunque no me hagan nada de gracia los ‘recaditos’ que unos y otros dejan en la vía pública con más frecuencia de la considerada como un simple descuido.

No hay día que no me encuentre con la labor de sortear algún resto canino que el dueño del perro ha tenido a bien dejar en medio de la acera porque –entiendo- le da asco cogerlo con la mano y depositarlo en una papelera o contenedor, meterlo en el bolsillo y llevárselo a su casa o lo que sea. A mí también me lo daría, sinceramente, pero tal vez por eso no tengo perro. Del mismo modo, no me apetece oler, pisar ni llevarme a mi casa en el zapato los excrementos del perro del vecino que se dejó esparcidos por la acera.

Muchos pasean el perro hacia zonas ‘alejadas’ del casco urbano, donde hay hierba y mientras los perros hacen sus necesidades se fuman un cigarro, se hacen los despistados, miran para el otro lado y guardan la bolsa para otra ocasión en la que algún ojo indiscreto haya tomado nota mental de su proeza; pero algunas veces los ojos indiscretos están en las alturas y relatan la situación de forma verídica.

A otros, menos campestres y más urbanitas, lo que les gusta es pasear al perrito por calles más céntricas, pero el bicho no entiende de lugares finos y deposita sus excrementos en medio de la acera como su naturaleza perruna le consiente. La situación es la misma: mirada a uno y otro lado y si no hay testigos… a la fuga. Eso sí, siempre con la bolsita en la mano o atada a la correa como exigen las normas, aunque las calles evidencien constantemente la realidad de su uso.

Tal vez si esa ordenanza se usara algo más evitaríamos oír comentarios tildando de ‘despreocupados’ a los concejales o de ‘vagos’ a los trabajadores del servicio de limpieza. Si las multas por incumplimiento de estas normas trascendieran al público, quizás, no tendríamos las calles tan sucias y esta columna de una ex concejala algo picajosa se habría centrado en cosas más banales como la belleza de los jardines o en algún tema de las pasadas fiestas.

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