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La gente más fina que el mundo parió

● Polo Fuertes ►Domingo, 14 de julio de 2013 a las 10:12 Comentarios desactivados


Hace unos días, leía en algún periódico la fiesta que los camioneros iban a celebrar en honor a su patrono, San Cristóbal. Media columna de nada en un periódico provincial, aunque sí lo suficiente para rascar en mis añoranzas de niño y recordar la primera vez que vi a la gente de la gasolina de La Bañeza, en aquellos años cuarenta del pasado siglo, cuando apenas había coches y camiones en la ciudad.

Pero yo era hijo del cuerpo (que dirían los guardias civiles): “Somos de la gasolina, la gente más fina que el mundo parió…”. Por aquellos años (1947, 1948…) ya había en La Bañeza media docena de taxis, la Empresa Ramos de coches de línea, algún camión (muy pocos) y muy escasos coches particulares, amén de cuatro o cinco talleres, en los que se había reconvertido alguna fragua. Pero se celebraba la Fiesta de San Cristóbal. Las más de las veces, que yo me acuerde, con una merienda cena en la fonda de Delgado, donde hoy se alza el supermercado de ‘Alimerka’.

Merienda a base de farraspinas de fiambre; unas ancas de rana de unta el pan y paso atrás, con las jarras de vino a mano y un poco de queso al final, para desengrasar. A partir de aquí, las gentes de la gasolina iniciaban los cánticos, con predilección a lo que tenían por su himno particular, cantado a media voz, porque, según supe después, era una de las canciones que había prohibido la censura de la dictadura de posguerra.

Y es que, como decía uno del grupo, un poco más pío, la letra puede sobreentenderse de otras maneras: “Somos de la gasolina, la gente más fina que el mundo parió. Lo mismo robamos gallinas, que sacos de harina, que sacos de arroz. Yo te daré, te daré niña hermosa, te daré una cosa, una cosa que yo sólo sé…, café”.

Los recuerdos se me van diluyendo en el pasado, como el agua de un vado del río al pasar la corriente. Por eso, a lo peor hay alguien que olvide al nombrar aquella gente de la gasolina de los años cuarenta del pasado siglo. Los taxistas eran mi padre, Santiago (el ‘Capitán), Ministro, Leonardo, mi tío Miguel, mi tío Patricio y Tomás ‘Cartujo’. Entre los camioneros hay que destacar los que conducían la flota del ‘Cubano’, la camioneta de la Exportadora y otros cuatro más que ahora no recuerdo. Hay que añadir a la fiesta los chóferes de la Empresa Ramos, los de la de Domingo el de Camarzana y la de Beltrán (después, Fernández San Martín). Mientras que entre los talleres, destacar el de mi padrino Leopoldo Bahillo, el de Pachín, Alejandro Latorre, Melchor ‘Gasolina’ y otros cuantos más que mi memoria ha ido borrando con el paso del tiempo, como los viejos nombres de las calles.

No recuerdo que hubiera misa, ni baile, ni cohetes, ni fuegos artificiales. Solo un buen condumio y cánticos por todo lo alto. Hasta que llegaba el turno del nuestro himno (ya digo que soy hijo del cuerpo). Se bajaba la voz por si había algún guripa del régimen y se iniciaba con aquello de “somos de la gasolina, la gente más fina que el mundo parió…”.

Un himno que, en mis tiempos de Madrid, un diez de julio de los primeros años sesenta del pasado siglo, lo escuché en un bar de la avenida de la Castellana, cantado por los conductores de la Empresa Municipal de Transportes, cuyas viviendas, todas iguales, como nichos de cementerio, se levantaban en dicha avenida, con el nombre de ‘La Colonia’. Me uní al canto como un chofer más, mientras los vasos de vino resbalaban sin parar por el mojado mostrador. “Yo te daré, te daré niña hermosa…”

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