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Inestabilidad

● Ibañeza.es ►Jueves, 19 de noviembre de 2015 a las 8:46 Comentarios desactivados


¡Hola amiguitos! aquí estoy expuesto a vuestras críticas que son como los platos de alta cocina: exquisitas y escasitas. Hace mucho que no garabateo nada y algunos me lo habéis recriminado también de manera exquisita, como si fuerais Imperiales.

Suelo escribir a raíz de un acontecimiento puntual, pero desde la campaña electoral de primavera, esto se ha convertido en una agitación permanente y uno, que es torpe, no ha terminado de asimilar una noticia y ya hay otra que eclipsa la anterior. Reconozco que he desechado unas cuantas partituras de estas porque se me quedan viejas antes de terminarlas. Lo siento por vosotros a los que agradezco vivamente el interés con que las esperáis y hoy que voy a tratar de meter todo en un mismo saco, no dudo que sabréis leer bien lo que yo escribo mal. El horror es demasiado repetitivo como para callar y hasta lo de los cataluñeses, casi, parece cosa baladí.

Cada sociedad es libre de escoger sus mitos y cuando los elige se retrata a sí misma. La justicia durante muchos siglos fue cruel y vengativa, la ley del “ojo por ojo” supuso un avance respecto a la del “rebaño por oveja” y parecía misericordiosa hasta que llega el Evangelio y salta con que si te dan en una mejilla pongas la otra. De esto no se hizo excesivo caso hasta que en el siglo XIX se empiezan a graduar, según su importancia, los hechos ilícitos y a pensar que los transgresores eran seres humanos merecedores de un trato, por tanto, humanitario. Tras esta idea están los sentimientos cristianos de gente generosa que supo hacerse escuchar y que fueron sustituidos por propósitos políticos, sociales y hasta partidistas sin excluir, hoy, a los que tratan de destruir la propia Justicia. Esta confusión entre humano y humanitario nos ha llevado a una especie de indefensión, no sólo personal, sino también institucional, que aunque pueda ser amparada por la ley, repugna al sentido común porque supondría declarar injusta a la justicia y llevar a la extinción un derecho que siempre pareció intocable: el de legítima defensa. Hoy es difícil que tanto una persona como el mismo Estado puedan defenderse de una agresión injusta sin ser acusados por el agresor y hasta condenados por defender legítimamente sus derechos.

Tenemos ahí a los políticos que nos quieren vender la laicidad como la gran panacea universal y cuyos dichos y hechos copian servilmente los de la Iglesia, si bien a ésta le salen mejor porque llevan ensayándolos dos mil años. Me di cuenta con motivo de la Ordenación Sacerdotal de Carlos en la que todo tiene su por qué y, claro se dan unas casualidades que te sobrecogen como cuando el Espíritu Santo que acababa de ser invocado se anunció o que mientras se oía “mi alma te busca a Ti, Dios mío” el reloj de la catedral se pone a sonar. Eso que no ha sido capaz de preverlo ni el protocolo de la Casa Real Británica no lo va a hacer un político que trata de vender como nuevas unas ideas viejas y fallidas. Bueno, tampoco te darás cuenta de ello salvo que seas un tipo S.I.C.

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