La alubiada fue lo que debía ser, por aquello de ‘alubias las de La Bañeza y Paco Rubio su profeta’. Fiesta grande en mi pueblo por todo lo alto, y ya van seis, en la que los voluntarios se multiplican para una mejor distribución. Sobre un aumento progresivo de comensales que, por el mes de septiembre, se acercan a la ciudad para cargarse las pilas de legumbres y sus complementos, como la mejor bandera de promoción bañezana y comarcana.
Las alubias de La Bañeza siempre fueron un cordón umbilical con los hijos que teníamos que marchar fuera a estudiar o laborar. Rara era la ciudad (hasta en el mismo Madrid) que no tuviera en algún escaparate de alimentación un saquito de habas, con un letrero pendiente de una pinza la leyenda ‘Alubias de La Bañeza’. Es cierto, la alubia siempre ha sido un lazo de unión humeante entre opiniones divergentes, entre familias en discusión, entre amigos disidentes.
Y es que los garbanzos fueron antaño comida diaria de pobres que desembocaban los domingos en el cambio a las alubias pintas con arroz, cuando la escasez se disfrazaba de miseria y los condimentos pasaban por un hueso de caña (sin cañada), unas farraspas de sabadiego y un buen trozo de tocino. Comida de casas pobres en aquella larga posguerra del racionamiento, que sólo se rompía (si se terciaba) con un gallo viejo farfantón, cuando ya su espolón no servía para guarar huevos.
Sí, los garbanzos fueron comida de pobres hasta que la publicidad erudita los convirtió en soldados y escuadra de gastadores de cocidos maragatos, montañeses, madrileños y tal, haciendo virguerías con sus carnes en excesos, grasas en despilfarros y órdenes de comidas al revés. Pero ahí están ahora, como una de las mejores promociones turísticas de distintas comarcas, todas ellas hermanas de nuestras alubias de La Bañeza.
Mientras que en el caso de las lentejas, son harina de otro costal, oye. Hasta bien entrado en la edad madura (si alguna vez he entrado) tuve a las lentejas por moneda de cambio de la traición y el engaño. La Historia Sagrada nos enseñó desde temprana edad a los niños de la posguerra que Jacob (un cabrón mendaz y traicionero) había comprado la primogenitura de Esaú (por pocos minutos, oiga, que fueron hermanos mellizos) por un plato de lentejas, al decir del libro del Génesis.
Yo, que fui primogénito por nacencia, quedé marcado para buena parte de mi historia (qué gazuza debía tener el pobre Esaú para quedarse sin los beneficios que entonces conllevaba el haber llegado a este mundo antes). Por eso, cuando mi madre ponía a remojo esta legumbre, una vez recorridas y escogidas las piedras que traían incorporadas a su engañoso peso, marchábamos a la cama con la desazón de que al día siguiente, en la comida, podía romperse uno aún una muela, a poco que no supieras regatear entre los dientes las chinas que siempre quedaban de la escogida.
Fueron siempre traidoras las lentejas, hasta que se inventaron esas máquinas que las escogen por células fotoeléctricas. Y más aún, cuando en el internado del Maestro Ávila de Salamanca, mi condiscípulo Policarpo Navarro Sánchez hizo célebre la frase: “Qué asco, otra vez lentejas, échame sólo tres cacetadas”. Era terrible Navarro Sánchez y también algo traidor.
Por todo ello, vengo en proclamar que todas las legumbres son buenas, pero con distingos. Sí, ya sé que hemos entrado en año de elecciones municipales y regionales y que este domingo de feria agroalimentaria y de alubiada se prodigaron los políticos provinciales y regionales de un partido político en especial. Pero y ¿dónde estaban los de los otros? Porque creo, sé de buena tinta que fueron invitados todos, como en otros años en los que sí asistieron.
Desde luego, cada cual tendrá sus asesores comiciales que lo sabrán contestar. Pero creo que un día como este de alubiada multitudinaria, los comensales estaban más a su condumio que para ver hacer cuchufletas a políticos de media polaina o de polaina y media. Quisió (traducción simultánea de ‘yo qué sé’). ¿O no?