Andan los nuevos mandamases gubernamentales echando a caraocruz el volver a traer la publicidad a las televisiones públicas, porque, en realidad, no le salen las cuentas ni para atrás. No seré yo quien ponga o quite objeciones a una cosa o a otra. Mis deseos televisivos no pasan más allá de ver los ‘partes’ de noticias y alguna película para poder dormirme en el sofá, con una puerta abierta a los sueños, que los cineastas nos han ido quitando con el pasar de los tiempos. Por muchas sesiones de premios goyescos o con las figuras del tío Óscar que repartan entre actores y directores. Cada vez los viejos sueños se han convertido en pesadillas, que no comulgan con mis aspiraciones televisivas.
Con estos pensamientos sobre mi ya casi despoblada cabeza comencé ayer mi paseo vespertino, con el dilema de publicidad sí, publicidad no. Jesús, Polo, que en el último cuarto de siglo de tu existencia laboral, gracias a la publicidad, en el periódico en el que escribías, pudiste comer tú y los tuyos. Desagradecido, desgraciado.
Pero la imaginación es tozuda como una mula. Al menos la mía. Y seguí dándole vueltas a la publicidad, a los anuncios que de niño iba leyendo en los letreros, cuando empezaba a dar mis primeros pasos en la lectura o después, en El Adelanto, el primer periódico que me metió el gusanillo de la prensa en la mollera.
Porque, veréis, mis queridos y nunca bien ponderados lectores, La Bañeza, como en otras muchas cosas, fue también pionera en buscar una publicidad cachondona para potenciar su comercio, su negocio. Cuando ya volví a pisar el centro urbano en mi paseo vespertino, la memoria, mi memoria un tanto destartalada, me llevó a media docena de anuncios de aquellos que se hicieron famosos en la ciudad, allá por los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo.
‘Qué bonito, que barato, vende Prieto los zapatos’, así rezaba una de aquellas publicidades que se hicieron célebres entre los bañezanos El comercio de zapatos estaba en plena Plaza Mayor, donde hoy hay un establecimiento hostelero. Era una especie de franquicia de la misma marca que existía en la capital leonesa, una de cuyas hijas se había casado con uno de sus dependientes que se instalaron en La Bañeza.
Muy cerca de este establecimiento, pero ya en la calle El Reloj otro comercio de corte y confección tenía como slogan publicitario: ‘Quien vende barato es Bobo’. Las expectativas que marcó este comercio durante varias décadas fueron un éxito sin precedentes, en lo que hoy es la zapatería de la familia Toral. Lo cierto es que el dueño se llamaba Severiano Pequeño Bobo-Gallego. Pero ni era pequeño, ni era bobo ni gallego. Pertenecía a una conocida familia de comerciantes madrileña, con varias galerías comerciales en la capital de España y llegó a La Bañeza con una de sus hermanas que abrieron otro comercio en la Plaza Mayor, con el nombre del ‘Buen Gusto’.
A mi memoria y añoranza llega también una curiosidad de un entonces conocido hojalatero, llamado Amós Pérez, cuyo recuadro publicitario en El Adelanto, salía cada semana anunciado sus especialidades, con una premisa indiscutible, pero que hacía mirarlo y descifrarlo a los lectores, ya que la publicidad esta bocabajo. Su establecimiento estaba en lo que hoy es la calle de Conrado Blanco, a la altura de la sala de Fiestas Ramsses II.
Tengo que traer también aquí a colación dos anuncios de hostelería por su rintintineante ripioso y cargado de imaginación. Uno de ellos rezaba en su título así ‘Si quieres comer bien, ven a Mi Casa’. Después el subtítulo ya explicaba ‘Bar y casa de comidas Mi Casa, especialidad en viandas caseras’. Estaba ubicado en la calle de La Verdura (Fernández Cadórniga).
El otro, era una cantina que se encontraba en la calle República Argentina, muy cerca de la calle Astorga; ‘Si tiene duda, visita Casa Rula’. Un eslogan que se completaba con unos versos de explicación innecesaria: ‘Se come y se bebe, / se canta y se paga / cuando se puede’. Era una de mis últimas paradas, antes de aterrizar en la casa paterna, en la propia calle Astorga, porque el correspondiente vino se acompañaba con alguna tapa de cocina, no muy normal en aquellos tiempos. A la vez que la conversación desembocaba las más de las veces en alguna canteta, a varias voces, con el acompañamiento de los palillos en forma de platos de tapa, que Manolo Alija, ‘Rula’, el dueño, manejaba de maravilla.
Podía seguir. Pero mi primo el alemán anda ya tocando la breva para que no recuerde tiempos y rincones de mi niñez. Por eso, ya digo, hablando de publicidad, los bañezanos seremos de los que más sabemos. ‘Pero yo ya no soy yo / ni esta casa ya es mi casa’, que diría García Lorca; ni el acalde de mi pueblo pinta nada en la comisión de Televisión Española, para determinar si vuelve otra vez la publicidad a sus emisiones. Me fastidiaría, porque con la publicidad no cojo muy bien el sueño de mi sofá. Joder, qué tropa.