No puedo con las faltas de ortografía, pero intento ser respetuosa con quien las comete y nunca jamás lo dejo en evidencia, no se las corrijo en público y, a veces evito escribir la misma palabra correctamente porque soy consciente de que lo notaría, optando por un discreto sinónimo. Quienes me conocen lo saben y quienes me leen –aunque en algunas ocasiones se encuentren palabrejos sin sentido– entienden perfectamente lo que se esconde tras ellos, a pesar de que el diccionario no se haya percatado de lo que intento decir.
Quizás esa discreción que utilizo cuando veo textos en las redes sociales con faltas de ortografía, es la que espero que tengan conmigo si alguna vez se me cuela una tilde indebida o un gazapo en alguno de esos comentarios que escribo deprisa, o con el móvil que muchas veces se encarga de corregir y me hace meter la pata. A todos nos pasa alguna vez. Una vez leí en el muro de un profesor de primaria unos ‘hojos’ que casi me salen los míos por el impacto, pero no quise poner en un aprieto a quien se dedica a enseñar a los más pequeños porque se supone que sabe más que yo.
Acepto las críticas, por supuesto, pero las críticas de verdad, con fundamento; de hecho he aprendido muchas cosas por dejarme aconsejar y escuchar esas críticas. Pero no es ese caso el que traigo hoy a estas líneas, sino el contrario, ya que suele ser el más ignorante y el que no sabe distinguir la b de la v (ya que suenan exactamente igual) o colocar adecuadamente ‘hay’, ‘ay’ y ‘ahí’, el que sale en defensa del castellano cuando ve Dabiz, Letizia o Ibán, y dice a quien sabe más que “vigile la ortografía” porque David “no se escribe así”, o que al “izado de una bandera” le falta la h.
Y se ofenden cuando una tercera persona les corrige, porque se piensan que no hay nadie que sepa más, y van con sus ‘vaya’ y ‘valla’ o con sus ‘a’, ‘ah’ y ‘ha’ colocadas de forma aleatoria al fin del mundo, pensando que, como suenan igual, el lector entenderá lo que han escrito, sin pensar en que un texto que exige ‘a’(preposición) no tiene cabida ‘ha’ (del verbo haber) ni ‘ah’ (sorpresa o admiración), ya que son tres palabras distintas y, como no dicen lo mismo no se pueden colocar indistintamente, aunque ellos piensen que una hache más o menos no tiene ninguna importancia.
Si a ese texto nauseabundo, le añadimos que sobran o faltan comas, puntos y demás signos ortográficos y lo colocamos en las redes sociales o en una nota seria todo escrito en mayúsculas, no hay quien lo lea. Y qué curioso, que suelen ser estos correctores ignorantes e innecesarios los mismos que escriben con total libertad lingüística y se permiten el lujo de corregir algunas de esas distracciones o autonomías que se toma una persona a la hora de escribir su nombre de una forma diferente a lo que nuestro ojo está acostumbrado a ver, sin que por ello sea considerado falta según el diccionario. En fin.