Amables peticionarios: llegó el gazapo cósmico, esos dobles pasos que se colaron en el escrito anterior, con la naturalidad que proporciona el ser falible, suscitan mis disculpas de manera genuflexa y mi agradecimiento vuestro silencio cómplice.
Hablando de gazapos y siendo san Villalar habrá que hacer algo al respecto.
Periódicamente me fijo en la colección de banderas que ondean su mugre desde el balcón del Ayuntamiento, y siempre que las veo, algo me chirría. Podría extenderme acerca de nuestra denostada, vilipendiada y maltratada bandera nacional, que al igual que algunas mujeres, no son dignas ni de que las más acendradas feministas salgan en su defensa. No, lo mío va a ser más local y mucho más antiguo, se trata de una enseña usada sin interrupción desde el siglo XIII aunque ya lo fuera en el XI por el hijo de la reina Urraca, sobrina de la “Grialera”. En un privilegio del Rey don Pedro I se lee: “Porque la ciudad de León es cabeza del Reinado de León y es ciudad muy antigua do poblaron godos e los Reyes de León. Por el cual Reinado de León yo traigo en las mis armas señal de León…” Queda claro que se trata de un león, león que ha pasado de morado a rojo, por la vecindad del escudo castellano, y que hoy apenas se tiñe del heráldico gules pues ha sido sustituido, no sé si profanado, por un nada regio rosa cerdito que la pátina del tiempo no es capaz de ennoblecer y que lo asemeja más a la pantera rosa. Todas las banderas de Castilla y León ostentan tamaño desafuero: “mofa sobre mofa y befa sobre befa”.
Esta tergiversación es también patente en “san degollo” Qué celebración más falsa y hueca, qué sectaria y manipulada por quienes se han investido de superioridad moral y con la aquiescencia culpable de quienes se creen inferiores por carecer, parece ser, de suficiente pedigrí democrático, menos mal que según el refrán: “dime de qué presumes y te diré de qué careces”. Una mentira repetida ad nauseam no se convierte en verdad, pero eso ya ni te lo planteas y así estamos firmemente convencidos que los castellanos Padilla y Bravo y el leonés Maldonado (era salmantino) eran un dechado de virtudes democráticas en un mundo totalitario al que querían redimir. Crasa falacia, éstos demócratas populistas (esto también es viejo) resulta que pertenecían a algunas de las familias más nobles del reino, que ostentaban prebendas, poder, influencia, blasones y doblones y cuyos miembros secundarios no querían ver mermados o aniquilados sus privilegios, de ahí su rebelión. Todos los seres humanos, menos un puñadín, somos celosos de nuestros honores y pretendemos que nadie los roce siquiera. A éstos 3 se los quitaron junto con la cabeza y ésta pena llevaba aparejada otra más infamante: la “damnatio memoriae” Hoy, gracias al falseamiento de la Historia llevada a cabo por la progresía cultural más rancia, han sido absueltos por el jurado popular, sin percatarse que la historia lleva ya escrita, firmada y rubricada desde hace casi medio milenio.