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Desluciendo el Carnaval de La Bañeza

Publicado por A. Cordero el 4/03/2022 8:29 Comentarios desactivados

La verdad es que hablar del Carnaval de La Bañeza es referirnos a unos carnavales que ni la lluvia consigue suspender; sólo la nieve antes del actual milenio decidió que el carnaval que los bañezanos habían preparado con tanto mimo y con tanta dedicación, se iban a suspender porque las inclemencias del tiempo impedían sacar todo el cortejo y las carrozas a la calle para celebrar un desfile con toda la solemnidad que merece don Carnal.

No estamos ante el mejor carnaval del mundo, ni siquiera el mejor de España, aunque sí que tenemos un carnaval que forma parte de nuestro patrimonio y de nuestra historia y cuyo legado estamos obligados a conservar y a mantener en el tiempo, engrandeciéndolo un poco más cada año y haciendo que esa nominación de Interés Turístico Nacional se quede pequeña ante la grandiosidad de la fiesta gracias a la implicación de todos.

Hace unos años que desde estas líneas hablo del carnaval –entre otros temas– y siempre me he referido a él con orgullo, como casi bañezana que me he hecho con los años, por eso me duele ver cómo está degenerando a medida que una gran parte de los disfraces se compran por cientos al gigante asiático y los vasos de ‘nosequé’ toman un protagonismo que nada tiene que ver con el auténtico espíritu carnavalero que arrastra el Carnaval de La Bañeza y lo coloca a la altura de los grandes. Esto que hay últimamente y parece carnaval, es otra cosa.

Como este año ya parecía vislumbrarse el carnaval porque quienes nos ponían las trabas estaban ocupados en otros menesteres, a los más carnavaleros les sobró tiempo para sacar de su imaginación un traje o más bien un personaje con el que hacernos sentir –un año más– que seguimos estando enamorados de nuestro carnaval, porque está claro que el Carnaval de La Bañeza tiene ‘algo’; sin embargo, ese algo que le sobra al carnaval, se ve claramente enturbiado por lo que desgraciadamente las autoridades competentes no pueden (léase quieren, por favor) evitar.

En fechas previas yo, que soy algo deslenguada, decía en ‘petit comité’ que yo eso lo arreglaba rápidamente si me dejaran mandar unos días y era de la única forma que se entiende y no es otra que la que afecta al bolsillo. Si a cada uno que va en el desfile con un vaso/botella/cantimplora/bota/lata/ algo envuelto en una bolsa de patatas fritas… le extendieran una receta de …mil, el problema y la vergüenza se acababan de inmediato y el carnaval volvería a lucir como hace tiempo y no como ahora que unos pocos se están empeñando en lo contrario.

Quizás el año que viene la historia se repita y la Noche Bruja vuelva a ser escenario de un estercolero en el que la mayor parte de la bebida que se consume viene de fuera mientras que los bares de aquí pagan los impuestos y limpian sus fachadas de todo lo imaginable. Estoy casi segura de que si alguno hubiera leído estas líneas antes de la quema de la sardina, habría propuesto que me pusieran a mi con ella, pero si todos pretendemos hacer algo porque el carnaval vuelva a deslumbrar hemos de tomar medidas urgentes y probablemente poco gratas.


Besos bien recibidos y besos de los otros

Publicado por A. Cordero el 15/02/2022 8:43 Comentarios desactivados

En estas fechas de los enamorados, me apetece hablar de besos, y como yo soy partidaria de que no haya días D… si no que todos los días sean iguales y este año al caer en lunes muchas parejas aprovecharon el fin de semana para celebrarlo, trasladaré el asunto a mi antojo para explicar lo que tengo en el tintero. Seguro que san Valentín me entiende.

No es ningún secreto que muchos besos que se daban en aquella época anterior al Covid-19 (o 20, 21, 22…29…) eran besos de compromiso. Todos tenemos a algún besucón cerca que busca cualquier momento para ir dando besos a diestro y siniestro: que si hace mucho que no nos vemos, que si es Navidad, que si te felicito el año, que si te presentaban al vecino del quinto; cualquier excusa era válida para que cualquiera, sin tener motivo, ni confianza, ni ganas, se lanzara a algo tan íntimo como a plantarle dos besos a una persona con la que no tiene ningún vínculo afectivo, por el simple hecho de que se han encontrado por casualidad.

Tanto es así, que estábamos banalizando el beso y tiene que venir una pandemia a decirnos que tanto beso no está recomendado. Pero no está recomendado ahora, que todos vamos con miedo ante la cercanía de algún bicho viviente. A estas alturas, a nadie se le ocurre dar dos besos a nadie así, por besar, cosa que antes (tal día como el domingo, día de las elecciones) me encontré con unos cuantos sujetos de esos que se creen que me caen bien y echan a correr en cuanto me ven para plantarme dos sonoros besos en ambas mejillas.

¡Vaya! Algo bueno ha traído la pandemia, pensé en cuanto vi a los mismos de cada cita electoral escondidos detrás de la mascarilla. Me he librado de unos cuantos besos. Así, por una pandemia y unas cuantas normas que nos han hecho apartarnos de los que más queremos y al mismo tiempo han cambiado unas costumbres que ni eran higiénicas ni eran normales. Esperemos que cuando todo esto haya pasado, las buenas prácticas que hemos aprendido sigan formando parte de nuestra vida y nos limitemos a besar a quienes hay que besar y no confundamos nunca los besos bien recibidos, con los otros.


Otro año más que se adelanta la Navidad

Publicado por A. Cordero el 25/12/2021 8:30 Comentarios desactivados

Siempre digo que cada año se adelanta la Navidad y estoy segura de no equivocarme, ya que ya no sólo son los turrones en las tiendas a mediados de octubre los que nos hacen pensar en las inminentes fiestas, sino que cada año las bombillas de colorines se encienden antes. Incluso en este año en que las noticias sobre el precio de la luz prometen hacernos vivir a oscuras, por no poder pagarla, resulta sorprendente que los ayuntamientos se pongan a decorar todo lo que pillan sin pensar en la elegancia que, casi siempre, otorga la sencillez.

El caso es que (y no vivimos en Vigo), estamos metidos de lleno en la Navidad en un momento en que la incertidumbre nos hace pensar en cosas más importantes, ya que, de ser cierto todo lo que nos están metiendo en el coco, no sería mala idea ser un poco más austeros en despilfarro y un poco más parcos en organizar festivales y eventos multitudinarios de esos que –días después- se traducen en cifras que nos pueden hacer sonrojar de cara a algo más allá de nuestros términos municipales.

Y no, no estoy criticando la Navidad ni que se disfracen las ciudades con aderezos en ocasiones de dudoso gusto, estoy criticando el despilfarro que se hace de cara a unas fiestas que son el paradigma del consumismo, pero del consumismo de fuera, ya que a la calle no salimos demasiado y nos pasamos las horas frente a las pantallas donde nos ofrecen duros a cuatro pesetas, y acabamos comprando en el gigante ese que lo tiene todo, o en el supermercado que da 10 yogures al precio de cuatro, aunque los seis restantes vayan a la basura.

Lo triste es que a pesar de las ayudas que se pregonan para el comercio local desde las instituciones, con preciosos carteles y llamativos eslóganes y campañas de las que no voy a opinar seguirá a verlas venir, por mucho que le planten delante unas cuantas guirnaldas navideñas, porque el cliente ya ha hecho sus compras a un clic o, repito, en el establecimiento ese que tiene de todo y todo “bueno”, pero que no es local, aunque sus puertas den a una calle de la ciudad.

Pero un día cualquiera, por ejemplo un martes, que sin tener toques de queda ni confinamientos que nos obliguen a estar en casa, las lucecitas de colores las disfrutamos más bien poco, porque a las 11 de la noche apenas rompe el silencio algún vehículo de los que ya hablé en mi anterior artículo, y poco más. Bueno, corrijo; los que viven enfrente de los árboles sin hojas pero atiborrados de luces, igual las disfrutan un poco más, pero quienes no tienen con qué pagar el recibo de la luz de su casa, tal vez agradecerían más que su ayuntamiento, junta vecinal o quien corresponda en cada caso, le ayude en esos pagos a los que tienen que hacer frente aunque sea Navidad, en lugar de ese derroche energético con el que queremos impresionar seguimos sin saber a quien.


Señales de adorno a prueba de kamikazes

Publicado por A. Cordero el 21/11/2021 8:38 Comentarios desactivados

Hace diez años, el entonces Gobierno de nuestro paisano Zapatero aprobaba una ley en la que la velocidad máxima en las autovías y autopistas bajaba de 120 a 110 km/hora. La excusa zapateril era el ahorro energético que suponía la reducción de la velocidad para paliar la subida del petróleo. Curiosamente, a los cuatro meses, el petróleo bajó y se acabó la medida, pero nos costó a los españoles unos 240.000 euros de nada porque buscando la forma más económica de hacerlo se colocó una pegatina encima de la cifra anterior que “sólo nos costó 40 euros por señal”.

Algunos puntillosos, en cuyo grupo me incluyo, pensamos que el elenco de cabezas pensantes del momento tendría algún pariente o amigo al que hacerle dicho encargo y así entre tal y tal, aquellos cuarenta millones de las antiguas pesetas –tirados a la basura a los cuatro meses- irían a parar a algún sitio más que a las propias señales ya que a 40 euros la unidad es un precio algo abusivo para una triste pegatina. Quizás se escurriera algo de dinero por algún lado que no llegamos a conocer.

Recientemente, se volvió a hablar de la rebaja de la velocidad en las vías urbanas, con el fin de reducir accidentes y la gravedad de los mismos, limitando la velocidad a 30 km/hora. Aquí ya teníamos alguna con el límite a 20, por cierto y, salvo algún kamikaze de los que pululan todas las noches por las calles bañezanas a bordo de potentes vehículos y sin que nadie haga nada por evitarlo, las personas normales no excedemos dicha velocidad aunque no nos pongan una señal, ya que viandantes, bicicletas, obstáculos, pasos de peatones y en muchas ocasiones escasa visibilidad impiden llegar a la velocidad permitida.

Pero en las últimas semanas viendo que los empleados municipales estaban colocando señales a diestro y siniestro se me encendió rápidamente la bombilla de las ideas retorcidas sin poder evitar la comparación que les acabo de hacer en párrafos anteriores: la del despilfarro en forma de señales para decirnos –cada 100 metros- aquello que ya sabíamos los que respetamos las normas de circulación. A los que siembran el pánico noche tras noche les hace falta algo más que un letrero, pero esa cuestión parece que no corre tanta prisa…

Y ahora pienso terminar este rollo sin decir las que hay porque no quiero hacer las cuentas, pero si alguno de mis lectores quiere hacerlo por mí, le daré uno de los datos necesarios para hacerlo, ya que me estuve informando y me enteré de que una señal, sin contar el poste y algún añadido más que se le arrime, cuesta entre 90 y 300 euros. Si ponemos una en cada esquina, la cifra resultante resulta (valga la redundancia) cuando menos, escandalosa.


Halloween o Samhaín: fiesta de Todos los Santos

Publicado por A. Cordero el 31/10/2021 23:55 Comentarios desactivados

Ya es un clásico que el 31 de octubre se celebra Halloween, que significa ‘víspera de Todos los Santos’ y, aunque quienes hemos vivido toda la vida con la tradición de honrar a nuestros difuntos, no siempre veremos bien que se banalice la fiesta tradicional, por aquello de que es una fecha especial para acordarnos de quienes fueron nuestros seres queridos, conviene que antes de juzgar la fiesta como “una americanada” se conozcan los orígenes de la misma y las tradiciones que desde hace siglos se han celebrado muy cerca de nosotros.

En el norte de España, siguiendo una tradición celta, actualmente se celebra Samhaín, palabra que significa ‘final del verano’; según los antiguos pueblos celtas esta fiesta pagana representaba el momento en el que almacenaban alimentos para el invierno y sacrificaban animales para celebrar el final de las cosechas, ya que creían que en la noche de Samhaín (actualmente noche de Halloween) los espíritus de los muertos regresaban al mundo de los vivos –algunos con malas intenciones-, por eso los antiguos pobladores, con miedo a todo aquello procedente del más allá encendían grandes hogueras y se cubrían el rostro con máscaras con el fin de ahuyentar a los malos espíritus.

Los celtas organizaban grandes fiestas alrededor de las hogueras para entrar en el año nuevo que comenzaba el 1 de noviembre y honrar a Samhaín mediante ritos mágicos, fuegos rituales y grandes dosis de comida y bebidas espirituosas; víveres que iban recogiendo por las casas los días previos para dar como ofrenda a sus dioses. Como decoración utilizaban cráneos decorados y grotescas figuras que ellos mismos hacían vaciando un nabo y colocando un tizón ardiendo para llenar de luz su interior.

Pero lo mismo que se honraba a Samhaín en el norte de nuestro país, en Irlanda compartían ritos, creencias y costumbres en este día de difuntos y, al parecer, fueron ellos los que allá por el siglo XIX llevaron sus tradiciones a América del Norte y las volvieron a poner de manifiesto. Los irlandeses cambiaron nuestro nabo por una calabaza, del mismo modo que el nabo, hueca y con una vela en su interior. De este modo, el Halloween estadounidense que conocemos, tendría sus orígenes en la cultura celta que tan cerca la tenemos.

Hoy en día –y tal vez influidos por la cultura americana, no digo que no-, hasta nosotros ha llegado la fiesta en la que los niños se disfrazan de brujas, vampiros, esqueletos o algún monstruo adoptado de la industria cinematográfica, o de los grandes almacenes que los chinos ponen a nuestro alcance y recorran las calles al grito de ‘truco o trato’ mientras que los dueños de las tiendas y bares les llenan las bolsas de caramelos. Así, la noche de Halloween o de Samhaín, más que una americanada, es una tradición pagana de la cultura celta; nuestra cultura.


La estupidé, la inculturé, y el vocabularie tonte de la Monteré

Publicado por A. Cordero el 12/05/2021 8:59 Comentarios desactivados

Había una vez un tiempo no tan lejano en el que la ortografía se tenía en cuenta. Era imposible aprobar un examen en el que se descubriera una o dos faltas porque se consideraba que el alumno debería conocer su lengua a la perfección y no sólo saber colocar correctamente la b/v, la h o no h, o la g/j en el texto, sino que algunas pequeñeces como que faltara una s al final de un plural o una a cambiada por una o para distinguir el masculino del femenino que, simplemente era despiste, se reprendía y para evitar que se incurriera de nuevo en el “delito” estaba aquel castigo de las escuelas de pueblo de los años 80 de copiar 100 (o 1000) veces la palabra acompañada de una frase que quedaba grabada a fuego en la memoria para toda la vida. Algo así: “encontraba se escribe con b porque todas las palabras terminadas en –aba se escriben con b”.

Gracias a unas cuantas copias y a las reglas ortográficas que aprendí en la escuela hoy puedo presumir de escribir correctamente y saber distinguir “hay”, “ay” y “ahí”, por ejemplo, o a saber si hablo del verbo “haber” o si voy “a ver” algo. Y todo eso antes de que tuviera en mis manos un móvil con auto corrector que en ocasiones piensa por mi y me cambia las palabras sin pedirme permiso, pero eso es otro tema y ahora mismo, con esto del lenguaje inclusivo, no siento nada no estar a la moda.

El caso es que cuando me encuentro una falta de esas imperdonables me pregunto si quienes la cometen no fueron a la escuela de pequeños (y digo pequeños y no pequeñas, porque también aprendí en la escuela eso que ahora nos quieren cambiar y yo no estoy por la labor), pero lo que me parece absurdo e ilegible es un texto abarrotado de x sustituyendo a las a y las o para eliminar el género masculino, principalmente, y dejar todo el texto en género ¿neutro?, estúpido diría yo. Contradictorio, teniendo en cuenta las normas de la RAE (que son los señores que más saben de ortografía…)

Aunque la gota que colma el vaso en este asunto del cambio de las palabras al antojo de ciertos colectivos es el discurso de la flamante ministra de Igualdad donde se dirigía a los presentes en repetidas ocasiones como “todes”, “hijes”, y “niñes”, mientras lucía una mascarilla en la que ponía “mujeres” por ambas caras discriminando de este modo a los hombres “esos enemigos de la Montere” y a los “todes” que al parecer formaban casi la totalidad de su auditorio.

En fin, que supongo que como es ministra y sabe mucho, habrá quien la acabe imitando en el uso de esos vocablos de nueva adquisición por la corte podemita, aunque la RAE diga que “el uso de la letra “e” como supuesta marca de género inclusivo es ajeno a la morfología del español, además de innecesario, ya que el masculino gramatical ya cumple esa función”. Sin embargo, no es de extrañar que de ahora en adelante veamos a algún […] imitando a la Montere y cayendo en la estupidez de hablar con la letra “e”, para estar a la última y no discriminar ni siquiera al perre.


Carnavales del mundo para unos carnavales de La Bañeza

Publicado por A. Cordero el 16/02/2021 8:57 Comentarios desactivados

Que en el 2021 se haya tenido que suspender el carnaval, es una faena, pero esto es lo que hay. Podría haber sido un año para celebrar por todo lo alto el décimo aniversario de la declaración del carnaval como Fiesta de Interés Turístico Nacional, siempre y cuando los inquilinos del Consistorio hubieran estado a la altura que exige la efeméride, pero eso, como está por ver, no lo vamos a tratar hoy. Nos lo imaginamos, pero no lo vamos a decir.

El caso es que carnavales con más solera que los nuestros están suspendidos desde hace meses a causa de la pandemia, véase Tenerife, Sitges, Cádiz, Rio de Janeiro, Venecia… y aquí, hasta hace pocas semanas seguíamos pensando que todo iba a ser como siempre, incluso en las tertulias de a pie de calle se hablaba de contratar charangas y de iluminar las calles siendo el hazmerreir de todos nuestros alrededores, como pasó en Navidad.

Llegó la fecha en la que las serpentinas y la purpurina se tendrían que haber apoderado de las calles y de las casas de todos los carnavaleros que, aquí contamos por cientos y con ellas el redundante aviso de prohibición de cualquier actividad relacionada con el carnaval reforzando la presencia de la Policía Local y la Guardia Civil para garantizar la seguridad y la salud de los ciudadanos. Nada nuevo que no nos hubieran dicho anteriormente sus superiores de la Junta, pero bueno.

Y al igual que en las fiestas patronales y en Navidad, sin un triste acto que celebrar y aún peor, con la morriña instalada en la mente volvemos de nuevo a ejecutar ese despilfarro eléctrico en forma de guirnaldas para demostrar que en La Bañeza contra viento y marea, seguimos haciendo el carnaval. Encendiendo las luces para que a las ocho de la tarde todo el mundo se vaya a su casa porque se acabó la fiesta y dilapidar un dinero que no tenemos, demostrando que la partida asignada a la concejalía de Fiestas es “para tirarlo” o algo peor que no me atrevo a escribir, pero que pienso –como mis avispados lectores (los otros no), sólo los listos-.

Pero no sólo eso. Como tenemos unos cuantos miles de euros disponibles que no sabemos qué hacer con ellos, nos hemos dedicado a derrochar, como ya viene siendo habitual en los últimos tiempos y, en lugar de invertirlos en ayudar a las empresas locales, los invertimos fuera, esperando que hablen de nosotros, mientras que a las empresas de aquí las despachamos con buenas palabras, con promesas que nunca se cumplen, con un “vuelva usted la semana que viene” y con un abrazo virtual porque los de siempre, este año, contagian.

Además, y para rizar el rizo e impresionar sigo sin saber a quien, en estos no carnavales hemos tenido que maltratar a nuestros ojos con unos paneles (espantajos oí por ahí) que pretenden ilustrar algunos de los mejores carnavales del mundo y, con todos mis respetos, lo único que consiguen en hacer una demostración de mal gusto esparcida por la ciudad y un feo a los carnavaleros locales que pagan impuestos en La Bañeza y atesoran en su casa cientos de imágenes más representativas de lo que es un carnaval que nos hartamos de calificar como “auténtico”, porque lo es.


La magia de la Navidad

Publicado por A. Cordero el 25/12/2020 8:53 Comentarios desactivados

(Cuento de Navidad)

Javier llegó cargado con sus maletas a la casa donde hacía unos meses había cerrado las puertas para incorporarse a un nuevo trabajo que lo tendría lejos de su ciudad. Aún tarareaba mentalmente los últimos acordes del desfile de Carnaval, que retumbaban en su cabeza, cuando las calles se llenaban de gente envuelta en los disfraces más variopintos. El día que cogió el tren para marchar todavía le quedaban restos de brillantina en el pelo y recortes de confeti que se habían escondido en la capucha de su anorak y que guardó celosamente en su cartera todo el tiempo que estuvo lejos de su casa.

Volvía de nuevo por Navidad y la ilusión se había ido desvaneciendo a medida que enfilaba las calles que lo iban acercando a la casa de sus padres. Miraba a uno y otro lado y no veía a nadie. Las calles estaban desiertas y los carteles de “se vende”, “se traspasa” o “se alquila” que se repartían a ambos lados de las principales calles de la ciudad contrastaban con la bonita iluminación navideña que había colocado el ayuntamiento.

¡Qué incoherencia! –pensó- unas luces tan llamativas para una ciudad en la que las tiendas y los bares que llenaban de vida estas calles han tenido que cerrar víctimas de la pandemia. Sin embargo, sacó su móvil del bolsillo del abrigo y disparó unas cuantas fotos para subirlas a las redes sociales. Al fin y al cabo es para lo que las han puesto, se dijo a sí mismo. Sucumbiremos al embrujo de la luz y presumiremos de ciudad bonita ante mis amigos.

Al día siguiente salió de casa con la idea de tomar una cerveza y reencontrarse con amigos y conocidos de los que sólo sabía por las RRSS y, aunque sabía que no se podrían abrazar, si que sentiría el calor de su compañía mientras compartían espacio y confidencias de casi un año de ausencia, pero le esperaba la triste sorpresa al ver que el bar que atesoraba todos sus recuerdos ya no existía; era, como todos los que había visto el día anterior, un local en alquiler.

Ni el regreso a casa con los suyos, ni la magia de la Navidad podían atenuar el dolor de Javier al ver la decadencia de su ciudad y la desaparición de los lugares que amaba y no pudo evitar pensar en la ciudad de la que acababa de regresar y hacer una comparativa con la suya. Quizás si el ayuntamiento en vez de despilfarrar el dinero en esta preciosidad de luces para impresionar a no se sabe quien, hubiera ayudado económicamente a los empresarios que han tenido que bajar la trapa para siempre, esta ciudad seguiría viva y el bullicio seguiría llenando las calles que, aunque estuvieran menos decoradas, mantendrían el brillo en los ojos de sus ciudadanos.

Pero ya era tarde. Javier esperaba despertar del sueño y que la magia de la Navidad consiguiera terminar bien el cuento. Pensó que alguien le estaba gastando una broma y decidió revertir la situación. Cerró los ojos, deshizo sus pasos y volvió a casa por el mismo camino, con la intención de no dar ningún paso en falso. De pronto y, como en las películas de ciencia ficción, los escaparates de las tiendas se llenaron de artículos, los bares de clientes y las calles recobraron el bullicio que Javier recordaba.

-Menos mal- pensó. Ha sido todo un mal sueño. La cafetería de la esquina seguía ofreciendo los mismos cafés que tanto había echado de menos. El bar de José Manuel, con esa tortilla que hacía casi un año que no probaba y que nadie había conseguido igualar. Los turrones en las confiterías, los vinos, las tapas con los amigos y ese nosequé que tiene la Navidad que lo transforma todo. Abrió de nuevo los ojos y se dio cuenta de que la magia de la Navidad había obrado el milagro.


Víctimas del Covid por parte de las administraciones

Publicado por A. Cordero el 4/12/2020 8:27 Comentarios desactivados

Desde hace un tiempo hemos visto cómo la desolación traspasaba las mascarillas de los dueños de un establecimiento hostelero. A través de los ojos se adivinaba el miedo y la incertidumbre ante las decisiones de los que dirigen nuestras acciones desde el cómodo sillón de un despacho. Siempre con la esperanza puesta de que lo que se están sacrificando sirva para algo y de que no les exijan medidas más drásticas a la vuelta de una nueva reunión en otro despacho cualquiera.

Pero no, después de una dura medida llega otra más dura, con menos margen para mantener la clientela y con más exigencias por parte de las administraciones. Un nuevo ‘mazazo’ para la maltrecha hostelería que está siendo la cabeza de turco de esta crisis, mientras se sigue mirando para otro lado ante botellones, reuniones callejeras y fiestas descontroladas en recintos privados que actúan como bares sin serlo y, sin pagar impuestos.

Estamos en un momento en que no se sabe lo que va a pasar. Aterrados ante las cifras con las que nos bombardean constantemente, con el miedo en el cuerpo y temiendo las decisiones que en unos y otros países están tomando y que, tarde o temprano nos acabarán afectando más de lo que quisiéramos. Y siempre es la hostelería la que está en el punto de mira. Ninguno de nuestros ilustres políticos se imagina (o no se quiere imaginar) los gastos que acarrea un local con la mitad –o menos- de clientes y con las condiciones meteorológicas que atravesamos aquí en León y que complican aún más el trabajo.

Pero las nobles cabezas pensantes que ante una mesa de despacho deciden cerrar la hostelería a cal y canto convencidos de que se solucionarán todos los problemas, no se han parado a pensar en las cifras que mueven los que se dedican al oficio de estar detrás de la barra de un bar, en los otros sectores que arrastra consigo un bar cualquiera, de una ciudad cualquiera, o de un pueblo cualquiera.

Y no han pensado que, cerrando los bares, no sólo dejan en la calle a un número escalofriante de trabajadores y/o autónomos, sino que las cifras de contagios que nos facilitan no justifican el hecho de que se prive de tomar un café o una cerveza con todas las medidas de seguridad como se estaba haciendo, mientras que miran para otro lado en lugares en los que contagiarse es mucho más fácil que en un establecimiento hostelero.

Pero se echa la culpa a la ya maltrecha hostelería y se siguen manteniendo actividades y actuaciones, muchas de ellas a precios prohibitivos para unas arcas públicas no demasiado boyantes, mientras que se elude la posibilidad de aportar algún tipo de ayuda para esos bares que han tenido que cerrar y “pagar los platos rotos” de un problema que no era el suyo. Quizás en lugar de malgastar el dinero en luces de Navidad, en espectáculos ruinosos o en embadurnar los bordillos de las calles fuera buena idea aportar algún tipo de ayuda económica, porque de la propaganda y de las promesas que nunca llegan a cumplirse ya empiezan a estar un poco hartos.


Muertos que no pueden tener siquiera un entierro digno

Publicado por A. Cordero el 12/04/2020 9:03 Comentarios desactivados

Tristeza. Rabia. Desolación. Indignación. Dolor. Son las únicas palabras que se me ocurren para ponerme en el lugar de esas 16.400 familias que han perdido a algún ser querido por esta pandemia de la que nadie se siente responsable. De poco o nada sirve a estas alturas, cuando el daño ya está hecho, buscar culpables, aunque los hay. Aunque escondan su ineficacia mientras se parapetan tras los micrófonos ante la opinión pública cada vez más asustada, todos sabemos hasta donde llegan y desde cuándo pudieron haber puesto un freno que nadie accionó dejando a la ciudadanía a merced de un virus que amenazaba China, pero que a España “no iba a llegar” y en caso de que lo hiciera, sus efectos eran “similares a una gripe”.

Como no había motivo para la alarma, nos fuimos todos de fiesta, celebramos todo tipo de eventos, festivales, manifestaciones y carnavales mientras mirábamos con incredulidad las imágenes de los féretros que se amontonaban en Italia. Aquello no iba con nosotros. Nuestras fronteras seguían abiertas y el tráfico aéreo seguía su curso normal. Aquí en España “se muere cada año más gente por gripe común”. “Eso no es preocupante”, decía el presidente del Gobierno, el ministro, los expertos en epidemiología, mientras se colaba en las redes sociales el testimonio de un médico español residente en Italia poniéndonos en antecedentes de lo que podía pasar. Pero en España seguíamos haciendo nuestra vida normal.

Había que salir a la calle a celebrar el Día de la Mujer o el carnaval. Ahora, después de ‘verle las orejas al lobo’, ya paralizamos el país y mandamos al paro a media España intentando frenar una bola de nieve que ha crecido tanto que ya es imposible de atajar. Decretamos el Estado de Alarma cuando ya el daño estaba hecho y seguíamos siendo el hazmerreir de Europa en las negociaciones para la compra del material sanitario mientras que los casos crecían a un ritmo espeluznante y nuestros sanitarios tenían que enfrentarse a cara descubierta ante un enemigo del que no sabíamos con cuantos de los nuestros se iba a cebar.

Pero no sabíamos, o no queríamos saber que ese virus llegado de China se iba a llevar a tantas personas y que entre ellas estaría nuestro vecino, nuestro familiar, el padre de nuestra amiga, el marido de otra, el de la tienda de enfrente, el del bar, el del taller, el que nos saludaba cada mañana cuando salía a dar el paseo para mantener a raya el colesterol. Algunas personas han perdido a sus padres, si, a los dos, a causa de esta pandemia que todavía muchos se toman a chiste porque no pueden dejar de pasear sus perros ni de salir sin motivo justificado de sus casas.

Más de 16.400 muertos a día de hoy, 12 de abril, según las cifras oficiales que a muchos nos cuesta creer. Personas que ayudaron a levantar este país y hoy mueren hacinados en los hospitales sin poder despedirse de los suyos, sin un entierro digno y sin el último adiós que, seguramente habrían esperado tener algún día, en otro momento y en otras circunstancias, sin conformarse con el único adorno de un post-it pegado encima de un ataúd cualquiera de los que se encuentran apilados en una morgue improvisada a la espera de que lo lleven en un camión rumbo al panteón familiar, en el mejor de los casos.

Y esperando un nuevo día, con unas nuevas cifras, con unos nuevos decretos y con la esperanza de no tener que mandar por WattsApp un pésame más, porque los “sólo 510 muertos” de ayer, lejos de infundir esperanza por el descenso de los casos, da miedo al sumar otros 500 más cada día a una lista que resulta demasiado desgarradora.


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