Que en el 2021 se haya tenido que suspender el carnaval, es una faena, pero esto es lo que hay. Podría haber sido un año para celebrar por todo lo alto el décimo aniversario de la declaración del carnaval como Fiesta de Interés Turístico Nacional, siempre y cuando los inquilinos del Consistorio hubieran estado a la altura que exige la efeméride, pero eso, como está por ver, no lo vamos a tratar hoy. Nos lo imaginamos, pero no lo vamos a decir.
El caso es que carnavales con más solera que los nuestros están suspendidos desde hace meses a causa de la pandemia, véase Tenerife, Sitges, Cádiz, Rio de Janeiro, Venecia… y aquí, hasta hace pocas semanas seguíamos pensando que todo iba a ser como siempre, incluso en las tertulias de a pie de calle se hablaba de contratar charangas y de iluminar las calles siendo el hazmerreir de todos nuestros alrededores, como pasó en Navidad.
Llegó la fecha en la que las serpentinas y la purpurina se tendrían que haber apoderado de las calles y de las casas de todos los carnavaleros que, aquí contamos por cientos y con ellas el redundante aviso de prohibición de cualquier actividad relacionada con el carnaval reforzando la presencia de la Policía Local y la Guardia Civil para garantizar la seguridad y la salud de los ciudadanos. Nada nuevo que no nos hubieran dicho anteriormente sus superiores de la Junta, pero bueno.
Y al igual que en las fiestas patronales y en Navidad, sin un triste acto que celebrar y aún peor, con la morriña instalada en la mente volvemos de nuevo a ejecutar ese despilfarro eléctrico en forma de guirnaldas para demostrar que en La Bañeza contra viento y marea, seguimos haciendo el carnaval. Encendiendo las luces para que a las ocho de la tarde todo el mundo se vaya a su casa porque se acabó la fiesta y dilapidar un dinero que no tenemos, demostrando que la partida asignada a la concejalía de Fiestas es “para tirarlo” o algo peor que no me atrevo a escribir, pero que pienso –como mis avispados lectores (los otros no), sólo los listos-.
Pero no sólo eso. Como tenemos unos cuantos miles de euros disponibles que no sabemos qué hacer con ellos, nos hemos dedicado a derrochar, como ya viene siendo habitual en los últimos tiempos y, en lugar de invertirlos en ayudar a las empresas locales, los invertimos fuera, esperando que hablen de nosotros, mientras que a las empresas de aquí las despachamos con buenas palabras, con promesas que nunca se cumplen, con un “vuelva usted la semana que viene” y con un abrazo virtual porque los de siempre, este año, contagian.
Además, y para rizar el rizo e impresionar sigo sin saber a quien, en estos no carnavales hemos tenido que maltratar a nuestros ojos con unos paneles (espantajos oí por ahí) que pretenden ilustrar algunos de los mejores carnavales del mundo y, con todos mis respetos, lo único que consiguen en hacer una demostración de mal gusto esparcida por la ciudad y un feo a los carnavaleros locales que pagan impuestos en La Bañeza y atesoran en su casa cientos de imágenes más representativas de lo que es un carnaval que nos hartamos de calificar como “auténtico”, porque lo es.