Hoy quiero dar rienda suelta a la ironía para esconder el mosqueo y voy a empezar mi rollo con un ejemplo: si yo voy a un restaurante (en una casa particular se notará más la falta), robo un plato, me lo llevo para mi casa y le quito el anagrama que delata el nombre del establecimiento, lo uso mientras presumo de tener un plato de lujo y mis amistades se piensan que el plato es mío; algunos hasta dirán: “vaya plato más bonito, se nota que es bueno, cómo me gustaría a mí tener un plato como ese, ya le costaría…” y resulta que el plato es robado y manipulado para hacerlo pasar por mío sin serlo.
Pero claro, robar un plato de treinta centímetros de diámetro en un restaurante no tiene que ser muy fácil y quitarle el logotipo que ha sido grabado para resistir agresiones por calor, frío y cientos de lavados en un lavavajillas, tampoco. No creo que se elimine con acetona o alcohol sin dañar el plato; aunque si le pregunto a mis amigos hosteleros, seguro que me cuentan unos cuantos casos de menaje desaparecido misteriosamente, de esos que el comensal dice querer llevarse “de recuerdo”, cuando el dueño o el camarero los pilla con las manos en la masa.
Pero, aunque no lo parezca, hoy no pensaba hablar de platos robados, sino de información, fotos, vídeos; contenidos virtuales que es mucho más fácil robar y, desgraciadamente, no siempre se nota. He dicho en repetidas ocasiones que internet es una casa sin puertas, todo está ahí, al alcance de un clic y sólo hay que entrar, mirar el muestrario y llevarse lo que uno considere que le hace apaño, hacerlo pasar por propio y vanagloriarse de ello, cobrando por un trabajo que no han hecho, haciendo crecer el ego y escondiendo tras él la inoperancia e ignorancia que les caracteriza tanto fuera, como dentro de las redes sociales.
En un plato no es tan fácil, pero en una foto o texto, si tiene marca de agua o copyright, se quita cortando media foto y si es un texto y hace falta decir que nos lo mandaron por una paloma mensajera, nos hacemos los tontos y hasta que el dueño se entere e inicie los trámites pertinentes puede pasar mucho tiempo y con un poco de suerte igual se le olvida. Si no tiene ningún impedimento, no hay ningún problema, nos adueñamos del efecto en cuestión y seremos la envidia de las redes sociales porque, a ojos de nuestros amigos seremos unos triunfadores por tener información de primera mano y saber manejar todas las técnicas, hasta que se enteren de la verdad.
Lo malo es cuando el dueño real del objeto es algo más avispado de lo que se esperaba y reconoce –entre cientos– uno de esos efectos robados que quien lo robó trata de hacer pasar por suyo y el verdadero dueño le saca los colores, o lo deja en entredicho, o decide ir más allá y hacer que todo el peso de la ley caiga sobre quien se ha dejado llevar por la codicia sin pensar en las consecuencias legales de un acto así, porque, que internet no tenga puertas, no quiere decir que todo lo que hay se pueda coger sin más.