José Cruz Cabo
Mercedes y yo fuimos de niños vecinos de la calle Padre Miguélez, pero de aquellos años, mis mayores recuerdos son de su marido -Santiago Vidales-, porque de pequeño corrí micho por el patio de su casa, al ser mi padre tonelero del suyo, y hasta su muerte siempre que me veía me llamaba Pepín, como de niño, “¿No te ofenderás, me decía, si sigo llamándote Pepín?”. Pasados los años y al venir su esposo para nuestra ciudad de abogado volvió a fortalecerse nuestra relación de críos, ya que los recuerdos de la infancia nos volvieron a acercar.
Al principio de los años setenta, se produjeron las primeras elecciones para concejales, el alcalde seguía nombrándolo el gobernador, y se presentó Mercedes por el tercio familiar, votaban los cabezas de familia. En el matrimonio votaba el hombre, pero las viudas, como cabezas de familia, también votaban y Mercedes García Rodríguez, junto con Guillermo García Arconada, salieron concejales con una gran mayoría.
A partir de aquí, como yo era el único escribidor que asistía a las sesiones, pude comprobar mucho más, la calidad, encanto y sensibilidad de Mercedes, en los debates municipales, ya que entonces hablaban todos los concejales, no había portavoces, y cada uno exponía sus opiniones sobre las materias que se trataban, y Mercedes García participaba en las discusiones como otro cualquiera de los concejales y su sentido común y su elegancia personal, eran escuchadas por todos sus compañeros, porque siempre eran atinadas, amables, afectuosas, como era ella con todos los que trataba.
Después de dejar la concejalía, nuestra amistad siguió creciendo, ya que alguna vez tuve que acompañar a alguien a su casa, para que su esposo Santiago, le orientara en algún problema de abogacía. Muerto su esposo Santiago, seguíamos viendonos por la calle, ya que también su hermana Esperanza era amiga de mi esposa y mia. Siempre su sonrisa, su amabilidad, su encanto personal y su maravillosa simpatía, nos hacían pasar ratos deliciosos, de los que no se olvidan nunca. La amistad siemnpre fue estrecha y deseada, por parte de ellas y de mi esposa y mia.
Porque coincidió que Esperanza y su esposo Luis Alvarez fueron vecinos mios en la casa de la hoy calle Conrado Blanco, por lo que coincidíamos más a menudo. También las varias fiestas que organizó Fina Luna, de los vecinos de la calle Padre Miguélez, nos unian, porque siempre nos encontrábamos en ellas y los recuerdos y andanzas infantiles salían a relucir.
Mercedes García Rodríguez fue una mujer fabulosa, de un encanto especial, siempre sencilla, amable y amiga de sus amigos, por lo que en el momento de su desaparición de entre los vivos, mis muchos recuerdos, mi admiración por ella, la amistad que disfrutamos en vida, me obligan a dedicarle -con todo el dolor del mundo- este pequeño homenaje de despedida. Al mismo tiempo envío a sus hijos, especialmente a Santiago, con el que tuve mucho trato profesional por motivos familiares, a sus dos hermanos -Juan y Esperanza, con los que sigo gozando de su amistad- y al resto de familiares mi más sentido pesar deseando que Mercedes goce, en el más allá, de su esposo y de la eternidad más gloriosa.