Lo malo (o lo bueno, vaya usted a saber) de cumplir años y años es que la casilla de las añoranzas se va llenando como alforja de arriero. Y los que tenemos la mala costumbre de escribir lo que pensamos, de cuando en vez, damos la vara con los recuerdos, sin saber muy bien si todo tiempo pasado fue peor o fue mejor. O tal vez sí.
Hace ahora 32 años se celebraron en toda España las primeras elecciones municipales (por aquel entonces las autonomías estaban en carnetas, sin atreverse a bajar de la estantería de la imaginación calenturienta de alguno de aquellos políticos nacionales que, cada día, tenían que tragarse el sapo de nacionalistas ¿históricos? vascos, catalanes o gallegos.
Los que habíamos nacido con la pólvora de la guerra incivil en los espermatozoides de nuestros padres, o sea en 1940 habíamos llegado cargados de ilusiones emocionadas a aquel 19 de abril de 1979. Íbamos a elegir a los políticos de nuestro pueblo, al alcalde que antes nombraba el gobernador civil, previa terna (o único en liza) presentada por el cacique de la ciudad. Sí señor, era una canasta de ilusiones emocionadas que siempre habíamos soñado, sin llegar a catarlo en los casi 40 años que estábamos a punto de cumplir.
La campaña había sido sobria, seria y sin espavientos. Nos conocíamos todos y sabíamos de sobra los milagros que tanto los de la UCD (Unión de Centro Democrático), como los del PC (Partido Comunista) o de una Unión Independiente por La Bañeza podían hacer.
Aunque si los votantes estábamos cargados de ilusiones, los candidatos vibraban sobre fantasías de prioridades que, por desgracia, casi eran todas, porque estaba todo por hacer. A los mítines acudíamos todos para saber lo que eran de cuerpo presente (no como los que habíamos visto en la tele para aprobar la Constitución o en las primeras elecciones generales). Aquí aplaudíamos todos a todos y ninguno, ni votantes ni candidatos, sabíamos de encuestas ni nada por el estilo.
Al final de aquel 19 de abril de 1979 salió lo que nos pareció mejor a los bañezanos, y no hubo más. Siete concejales consiguió la UCD, que lideraba Guillermo García Arconada; cuatro la Agrupación Independiente encabezada por Vicente Boisán; y dos el PC encabezado por Santiago Fonfría Rodríguez.
A partir de aquí, una vez elegido por todos los concejales al alcalde, García Arconada, se acabaron las discordias. Había que tirar todos del carro y el equipo de gobierno se compuso de los tres grupos, para empezar a trabajar unidos. Una especie de gobierno de concentración a la bañezana.
Fui testigo, por ser hermano de uno de los concejales, de las discusiones eternas entre portavoces de cada uno de los partidos, que empezaban en la oficina de nuestro taller y terminaban, las más de las veces, en alguna tasca alrededor de una ronda de vasos de vino, pasando por el despacho del alcalde que era el que tenía que dar la última (¿o quizá la penúltima, amigo Guillermo?) sentencia y el sí o el no a los temas.
Asistí a alguno de aquellos primeros plenos democráticos, en los que después de las controversias oídas y contrastadas, todavía se seguía ahondando en el tema. Porque, tras haber echado cuentas y cuentas, se enteraban que las arcas municipales seguían teniendo telas de araña de una ineficacia total. Y había que ponerse a buscar el dinero donde fuera, o sea Diputación o Gobierno Central si había algún leonés en la plantilla (que siempre lo hubo, aunque poco o ningún caso hacía).
Otra de las cosas en las que, de momento, nunca se pensó fue en cobrar un sueldo, una dedicación exclusiva o media dedicación. Qué va. Pues estaba el Consistorio como para andar poniendo soldadas. Y fui testigo de ello, porque durante dos años tuve que hacer de fontanero político por ser hermano de concejal, poniendo a disposición del pueblo (qué bonito, oye) mis dos furgonetas Citroen para trasportar trastos, sillas para conciertos y conferencias, o colocando salones para algún acto cultural o musical.
Qué tiempos aquellos. Después, concluidos los plenos, tras zurrarse cada cual la badana como buenamente se podía, se reunía la Corporación para tratar asuntos gastronómicos alrededor de unas cazuelas de sopas, unas farraspinas de jamón y otros fiambres y unas ancas de rana en Casa Boño, pagando a escote cada cual. Porque, como dijo el sabio, a escote nunca nada es caro.
Añoranzas ya irreversibles de unos comicios y de unas primeras gestiones democráticas que se fueron al traste dos años después, cuando entró en la Corporación municipal la mano negra del centralismo y lo que nosotros habíamos elegido se desbarató en una especie de la jodimos con ventanas para la calle. Pero esa es otra historia que no viene ahora a cuento.