No hace falta ser psicólogos, ni sociólogos; solo hay que tener un poco de vista, un poco de sentido común, y dejar transcurrir el tiempo de la campaña electoral para ver que a medida que pasan los días esperando el momento de contar las papeletas y comparar con las encuestas, esas tan criticadas y puestas en tela de juicio por los menos favorecidos, los hay que pierden los nervios, y las buenas formas a medida que avanza la campaña.
Quince días de sonrisas, apretones de mano y promesas, quizás a algunos les parezcan pocos para conseguir esos votantes que no saben bien a quien confiar su voto para gobernar durante cuatro años, pero a mi modo de entender –siempre muy particular, he de reconocer–, si la campaña hubiera durado tres o cuatro días muchas meteduras de pata, pataletas e incoherencias se habrían evitado y los escaparates de humo en que se convirtieron algunos programas electorales no habrían llegado a las manos de los votantes, con el peligro que ello supone…
A pocas horas de que se desvelen los resultados y se vayan cayendo del guindo todos aquellos que nunca tuvieron los pies sobre la tierra, apenas queda la opción de dejar de soñar para coger la calculadora y comprobar de primera mano que todas las cábalas que hacían en la red los que ni van en la lista ni se juegan gran cosa, quedaron atesorando dos o tres caretas y la satisfacción de haber engañado a Facebook y haber protagonizado por unos días unos insulsos diálogos –monólogos en algunos casos–para matar el tiempo e imaginarse las papeletas del color de sus sueños.
El problema es que en las redes sociales no se contabilizan los votos –aunque a los que les vale todo se piensen lo contrario– y la urna está a punto de destapar la realidad. Es entonces el momento de dejar a un lado los juegos y ocuparse de las cosas serias para entender que ser alcalde dista mucho de ser un juego y no se debe tratar al votante como si fuera tonto. Pero será el domingo a última hora y, queridos lectores, ya será demasiado tarde, el humo se habrá desvanecido y las caretas de las redes sociales habrán dejado al descubierto la dura realidad, la de gobernar una ciudad, en serio.