El viejo almacén de mercancías de la estación de ferrocarril de La Bañeza se ha convertido ya en ludoteca municipal. El buen hacer de los alumnos de la escuela taller, bajo la dirección de sus monitores, así como el Ayuntamiento que se encargó de buscar financiación para la misma y concretar los trabajos de madera y techumbre especializados, han hecho realidad uno de los apartados más prioritarios en la ciudad, que vienen a completar este recinto abierto ferroviario, hoy convertido en el espacio infantil y juvenil bañezano por excelencia.
Pero, en realidad la idea no es nueva en esta campiña entreviaria bañezana. Hace más de 60 años, la chavalería hacía sus pinitos en los juegos, la mayoría prohibidos, que la imaginación desembocaba en leyendas fantásticas apropiadas de jeromines, tebeos y películas aventureras que, casi todas las semanas, se exhibían en los cines de La Bañeza.
Hace unos días, desde los altos del barrio de Santa Marina, del barrio del Polvorín, veía ya concluida la nueva ludoteca que había sido una parte del almacén de mercancías ferroviarias, con el sol de la tarde iluminándolo en todo su esplendor. Y volvieron a mi mente sueños y recuerdos olvidados de aquellos años infantiles, en los que los chavales de los barrios del propio Polvorín, de Labradores, de Triana y de Santa Lucía hicimos nuestros divertimentos entre vagones y raíles que olían a humos y vapores que prevenían tosferinas y toses tísicas de después de la guerra.
Aún perduran en el espacio el cargadero/descargadero de ganados y la vieja grúa rotatoria de descargues. Cientos de veces sirvió el primero de castillo almenado para jugar a guerras de espadas y puñales, representando en vivo los dibujos del Guerrero del Antifaz o del Pequeño Luchador en los jeromines de entonces (hoy se llaman cuadernos ilustrados). Más de una vez salíamos escalabrados de los combates a cuerpo limpio, con espadas hechas de los desechos de alguna palera que siempre hubo por los caminos de las viñas o del campal. Otras, cuando la vena cafre asomaba en el ambiente, el escalabro venía de las canterías en las que nos enzarzábamos entre los barrios contendientes, a poco que no nos entendiéramos con los juegos de aquella ludoteca ferroviaria, a más de 60 años vista.
Los veranos vacacionales eran la época más propicia para estos juegos en el descargadero, o manipulando la grúa rotatoria o subiendo y bajando a las garitas de los vagones que esperaban el cargue y descargue en las almacenes de mercancías. Unos juegos que casi siempre terminaban con desbandas en manadas, a poco que las tercerolas de los guardas de la estación comenzaran a perseguir a la chavalería.
Después, cuando el otoño nos devolvía a las escuelas de la ‘villa’ o de don Justo o don Ricardo, raro era el día que los chicos de los barrios arriba mentados no nos acercáramos hasta la estación para ver el cargue y descargue de patatas, alubias, trigo, harina o cacharros de Jiménez en los vagones que llevarían o traerían las mercancías más allá de (o desde) Astorga y Ponferrada, por un lado o camino de Zamora, Salamanca y Extremadura por otro.
Eran dignas de ver las carreras de carretillos por los andenes, mientras otros hombres apilaban a cuestas sacos en los vagones. Pero, sobre todo, nos quedábamos embelesados, cuando los operarios ferroviarios cuadraban los vagones en las plataformas de giro, les daban un cuarto de vuelta y empujaban los gigantes rodantes hacia la fábrica de harinas Nistal o de la Exportadora Bañezana (hoy el supermercado de Mercadona), o los almacenes de alubias y patatas, por unas vías supletorias, hasta dentro de los recintos empresariales.
Ludoteca viene del latín ludus, ludi, que significa juego y diversión y eso es lo que hacíamos los chicos de la generación de la posguerra en las instalaciones ferroviarias de La Bañeza. Siempre sin el control de nuestros mayores, aunque más de una vez todos fuéramos escalabrados para casa. Pero contentos.
Hoy, esa ludoteca municipal tendrá los mismos contenidos, las mismas aspiraciones, los mismos objetivos, pero con el control de monitores especializados, de padres y madres atentos constantemente, vigilantes o de juegos y mobiliario urbano para utilizar (esa es una de las premisas de la definición de ludoteca). Los resultados serán los mismos que los de hace más de 60 años. O casi. Con toda seguridad habrá menos o ningún escalabrado. Pero, también con toda seguridad, fallará, como es una constante en estos tiempos de dirigismo, la imaginación y la fantasía de los más pequeños. Bueno, también es verdad que, a lo mejor, me confundo. Que así sea. No te digo.