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Un barrio rico en solidaridad: “El San Eusebio de hace años”

● José Cruz Cabo ►Jueves, 30 de septiembre de 2010 a las 8:38 Comentarios desactivados


José Cruz Cabo

A principios del año 1941, nada más pasar las Navidades del 40, mi padre Manolillo el de las saetas, que seguía cantando por Semana Santa, se había casado con mi segunda madre Pilar Cortés, y nos había ido a buscar a Sevilla, a mi hermano y a mí, donde habíamos estado con mis tios paternos, a los pocos meses de morir mi madre en el año 38. Alquiló una casa, si aquello hoy se podía llamar casa, en el famoso corralón del Barrio San Eusebio. Allí vivían tres familias más, el señor Miguel y la señora Quica, el señor Poli y su esposa y Balbina Páramo y sus hijos. Eran los años del racionamiento y del hambre, pues hacía poco que había acabado la guerra y el racionamiento no daba para nada, por lo que el estraperlo estaba a la orden del día. Mi padre trabajaba en la tonelería de Perandones y mi segunda madre, para poder darnos de comer, pues con los años llegaron otros dos hermanos, tenía que hacer verdaderas virguerías para conseguir cocer unas patatas o sacar adelante unas sopas peladas.

Mi padre trabajaba de sol a sol en verano y así y todo no era capaz de llevar, dinero suficiente a casa para mal comer. En el mes de septiembre mi padre iba, cuando salía de trabajar, a las ocho de la tarde, a los pueblos cercanos a arreglar alguna cuba y nosotros esperábamos hasta entrada la noche a ver lo que traía para poder cenar, lo que no siempre sucedía. Mi segunda madre, Pilar, solía ir al rebusco de lo que hubiera en los campos, para conseguir algo de comida. En aquellos años, hasta los primeros cincuenta, algunas de las mujeres del barrio se dedicaban también al estraperlo humilde, ya que si sacaban cada día para ir comiendo, ya sacaban bastante, y eso si no las pillaba la guardia civil y les quitaba lo poco que llevaban o habían conseguido. La mayoría de los chavales en tiempo de pesca iban al río Orbigo a pescar y algunas familias vivían de la pesca, ya que también iba el padre. Entonces se pescaba en barca y a caña o ratel y ni las ancas, ni los cangrejos, ni las carpas o las truchas, se pagaban lo suficiente para poder vivir con dignidad.

Era un barrio, donde por las noches de los veranos, los vecinos salían a la calle a degustar la poca cena que había y que servía para comentar las noticias de la jornada. Los chicos jugaban a lo que podían, Las chapas, el pinchote, el pite o el peón, ya que las calles llenas de barro en verano y polvo en invierno, no eran aptas para otros juegos, entre ellos, muchos crios entraban al corralón y jugaban a la lotería sin dinero, que les cantaba mi padre Manolillo, que le ponía mote a todos y cada uno de los números del 1 al 90.

Cuando surgía algún problema o desgracia, el barrio se unía como una piña, y ayudaba en lo que podía a la persona doliente o enferma. En caso de muerte de alguien, entonces no había sociedades de decesos, algunas mujeres iban de casa en casa, pidiendo unas perras para costear la caja, el entierro y la misa, si la familia no tenía el suficiente dinero para ello, que eran las más. En caso de enfermedad, había familias amigas que se brindaban a ayudar en lo que fuera y los que pertenecían a las sociedades de La Caridad o San José, así como a la Cofradía de las Angustias, recibían un dinero semanal para paliar la situación de la enfermedad.

En los 15 años que viví en él, a partir de mediados de los 50, las cosas fueron mejorando económicamente, dado que los hijos llegaron a los catorce años y dejamos la escuela, para ponernos a trabajar, además comenzó a desaparecer el racionamiento y la gente ya podía comprar, sin precios abusivos, por lo que la vida en el barrio fue mejorando y por lo tanto las veladas de los veranos para cenar al fresco fueron ya un intercambio de algunas viandas para probarlas, pero la solidaridad seguía en pie. Comenzaron las sociedades de deceso a coger clientes y entonces algunas mujeres salían a pedir por las casas para decirle una misa del barrio al fallecido o fallecida. Cuánto supo, a partir del año 1948, Don Francisco Viloria Morán que vino de párroco a sustituir a Don Angel, y cuanto ayudó a las familias humildes de este barrio y del resto de la ciudad, lo mismo que hizo Don Alberto Gutiérrez Moreno el juez, cuando pisó La Bañeza en el año 1945. La verdad es que fue un barrio solidario que siempre he tenido en el corazón a pesar de que lo dejé en 1955.

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