José Cruz Cabo
Cuando yo inicié mi trabajo en Gráficas Rafael, que estaba entonces en la Plaza Mayor, como pertenecía a Acción Católica desde niño, la Rama de los hombres de Acción Católica acordaron que como la misa era en latín, en la misa de nueve y media de la mañana, que era la de Acción Católica los domingos, se leyera el Evangelio en castellano, y no se les ocurrió mejor cosa, que decirme a mí que, desde los bancos de Acción Católica, que eran los más cercanos al altar, leyera todos los domingos el Evangelio en castellano en voz alta, y hasta que marché a la mili en el año cincuenta y dos, tuve que leer el Evangelio todos los domingos en dicha misa, en castellano.
El primer año, después del Concilio Vaticano II, que la iglesia española, pasó los oficios de Semana Santa de la mañana, se celebraban sobre las diez, a la tarde, y la misa dejó de celebrarse en latín, pasaron las iglesias de estar un par de docenas de personas en los mismos, a llenarse las dos parroquias completamente, los hombres de Acción Católica, pensaron que había que leer el Evangelio completo, entre tres personas, Luis Santos de Mata, Enrique Alonso Sors y yo, pero a la hora de dar comienzo a la misa del lavatorio de pies del Jueves Santo, Luis Santos me dijo que no podía leerlo, porque tenía que estar con la Cofradía Sacramental y Enrique Alonso subió a la iglesia de El Salvador, llamado por D. Rogelio, a leer el evangelio, por lo que me dejaron solo.
Le pregunto a Don Francisco Viloria, esa maravilla de sacerdote que tuvimos como párroco de Santa María, “Don Francisco, ahora qué hago con la lectura del Evangelio, ya que me han dejado solo”. Don Francisco me dice, “bueno para que nadie se quede sin oirlo bien, te subes al púlpito y desde allí lo lees”. Los nervios comenzaron a salir, pero yo subí al púlpìto y cuando llegó la hora de leer el Evangelio, temblándome las piernas, lo leí completo y resultó espectacular que un seglar leyera desde el púlpito. Ya casado, en los años cincuenta y sesenta, tuve que hablar en los pueblos de la comarca, unas veces para promover la creación de Acción Católica en los pueblos de nuestra zona, y en otras ocasiones en las campañas sobre el seminario, para promover las vocaciones sacerdotales, o realizar colectas para cubrir las necesidades económicas, ya que entonces había muchos niños que estudiaban con becas.
Me tocaron durante varios años pueblos de la zona. El primero que visité fue Camarzana de Tera, donde me dijeron que iría con otros dos, pero lo cierto es que cuando llegamos a Camarzana, los otros dos siguieron hasta Santacroya, y a mí me dejaron solo en Camarzana, por lo que tuve que dar dos charlas por la mañana y otras dos por la tarde, ya que hasta el oscurecer no llegaron a buscarme. En Robledo de la Valduerna me dijeron que tenía que hacer un comentario sobre el Evangelio de ese domingo, yo había preparado lo del seminario como me habían dicho días antes, y resultó que el Evangelio de ese día era la festividad del Espíritu Santo, yo me lancé ha hablar sobre Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, y me arme tal lío, que al final de la misa me dice mi tío Rafael, “vaya lio que te armaste con el Espíritu Santo, temí que lo metieras en el infierno, pero al final saliste bien del tema”. Fueron unos cuantos años recorriendo pueblos de la comarca, para hablar de Acción Católica o del Seminario, que yo conocía por dentro, por haber estado un curso en los Operarios de Salamanca.
También colaboré cuando se iniciaron los cursillos prematrimoniales, durante casi diez años, hasta que dejaron de llamarme, tenía una charla sobre como debía ser un matrimonio para que durase, y eso solo se puede hacer con la colaboración de los dos conyugues, Pero recuerdo que un día al finalizar la charla, cuando salíamos, se acercó un sacerdote, apellidado Arrojo, que estaba en Salamanca y había venido a ver a la familia, y me saludó y me dijo, “Nunca había escuchado una charla sobre el matrimonio tan buena, tan sencilla y tan sensata”.
Los tiempos cambian, las personas pasamos, y otros ocupan nuestros lugares, pero mi colaboración con la Iglesia y su doctrina, ha sido y sigue siendo, a través de Radio Astorga, donde llevo ya cuarenta y ocho años de corresponsal en La Bañeza, totalmente desinteresada, entregada y solidaria. Solo siento que los cincuenta y cinco años, entregados a El Adelanto, primero y Adelanto Bañezano después, fuera tan desagradecida y tan poco apreciada al final, pero no me arrepiento de nada, ya que me siento recompensado con la ayuda prestada, cuando me lo pidieron.