El autor de esta columna avisa que su contenido puede herir ciertas sensibilidades por su carácter escatológico. Excepto aquellas personas que alguna vez hayan pisado una miera de perro que, entonces, tendrán que leerla por narices (tapadas, oiga).
Me revelo, me cabreo, me cagüeeen en todo lo que se menea. Alguien, alguna autoridad, algún concejal tiene, debe, se exige que se haga cargo de este desbarajuste callejero que, cada mañana, llena las aceras de las calles más principales de la ciudad, con la puesta en escena de mierda de perro por sus sendas peatonales. Y es que los dueños cabrones de estos perros cagones madrugan lo suyo, para no tener que sacar la bolsa de plástico y agacharse a recoger las cagadas de sus chuchos, como mandan las normas municipales, por una parte, y el decoro y la vecindad responsable por otro.
Me acuso padre de pisar mierda de perro. “¿Cada cuánto tiempo, hijo mío?”, me pregunta el confesor de estropicios cagoneros. Al menos una vez por semana, padre. La penitencia que me endosa es de órdago a la grande por estúpido y cegato. “Porque mira, hijo, lo segundo puede tener remedio a poco o mucho que te pongas en manos de un profesional oculista. Pero lo primero, suele ser de nacimiento y sólo la buena suerte y que el Ayuntamiento ponga cartas en el asunto te puede librar de tener que limpiar a fondo tus zapatos, tus zapatilla, para no tener que ir oliendo las defecaciones perrunas que unos malhadados dueños las van sembrando por las acera de las calles más céntricas de La Bañeza”.
Por eso, desde aquí, y apuntando a la amistad que siempre me ha unido, a pesar de su cargo, ruego, suplico, imploro y hasta es posible que exija al señor alcalde, nombre un concejal de mierda de perro u otra autoridad que ponga coto a estos terroristas escatológicos que van sembrando con sus perros las sendas por las que transitamos los pobres peatones.
Creo que puede ser una iniciativa cojonuda para estos tiempos de crisis, dado el estipendio de las multas que llevan implícitas estas prohibiciones. Las arcas municipales podrían tener un incremento sustancial, a poco que el concejal encargado de la mierda de los perros o la autoridad competente cogiera in fraganti a perro cagando y propietario disimulando el zurullo correspondiente.
Ahora, eso sí, hay que madrugar, hay que ponerse las gafas de vigilar, los escondites correspondientes para dar la estocada en forma de sanción a los desaprensivos dueños de perros, sin gota de educación animal. Puedo asegurar que en la plaza en la que yo vivo, Doctor Briva Mirabent, he tenido algún día que saltar los correspondientes pedorreos y una meada de mírame y no me pises al salir de mi portal. Y no desvelo más.
Podría nombrar y nombrar las calles principales por las que estos desaprensivos pasean a su mascota, con apretón incluido y toda la pesca. Pero sería levantar la liebre antes de que los cuatreros de las cagadas de perro puedan ser multados por el pastelito que su animalito, pobrecito, ha dejado en la acera, o en la tenue hierba de cualquier parque bañezano. Que también en estos sitios de esparcimiento dejan su rúbrica los chuchos de dueños mal educados. Con el agravante que, con vistas a los meses primaverales que se avecinan, esos parques, esos céspedes ciudadanos va a ser invadidos por la chavalería, con el correspondiente peligro de mancharse de mierda y pringarse de alguna enfermedad que puedan acarrear las pastracadas caninas.
Está lloviendo. He clavado una cagada perruna en pleno centro del calzado. Refocero el piso de mis zapatillas andarinas por la hierba de una zona verde mal cuidada y espero a encontrar un charco para lavar, sin quitarlas de los pies, el enrevesado piso de mis deportivas. Que alguien haga algo. Aunque sea un simple concejal de mierda de perro, por el amor de Dios.
