José Cruz Cabo
Querido amigo Manolo: nos conocimos casi de niños y, de jóvenes, fuimos de la misma pandilla, hasta que al hacer los dieciocho años te marchaste voluntario a la Marina, donde viniste con los conocimientos necesarios para hacer y arreglar aparatos de radio. Antes de marchar a la mili y después de venir, cuantas veces fui a buscarte a tu casa, en la subida del tunel, y las parladas que tenía con tus padres y tu tía, especialmente con tu madre y tu tía, tu padre, el señor Pedro, siempre fue menos hablador. Fueron años duros los de nuestra juventud, pero quizá eso nos sirvió para apreciar más la bondad, el compañerismo y la solidaridad, ya que nunca tuvimos una frase más alta que otra y nos ayudábamos en todo lo que estaba a nuestro alcance.
Al pasar el tiempo, te casaste con tu novia Balbina, todavía conservo la foto de ese día y también tengo en la memoria que te compré mi primer aparato de radio y que tú con esa generosidad que tuviste siempre, nunca me apretaste para que te lo pagara, lo iba haciendo todos los meses, hasta que te liquidé el coste y casi contra tu voluntad, porque siempre me decías, “si no te arreglas, me pagas el mes que viene”. Luego entrantes de mancebo en la farmacia de Don Gonzalo, donde ya habías estado de chaval y en dicha farmacia te jubilaste, aunque mientras tuviste salud suficiente, seguías haciendo algún recado para su hijo José Carlos.
Recuerdo cuando tu hijo Pedro defendió la portería de La Bañeza Fútbol Club, y la alegría que os daba a tí y a tu querida Balbina, que le destacara en las crónicas después del partido, lo que también me agradecía siempre Pedro, con el que sigo manteniendo la relación cuando nos vemos. Tus otros dos hijos, Manolo y Amador, les dio por las motos y ambos son del moto club y realizan un buen trabajo en él. Durante un tiempo, después de caer enfermo, nos veíamos en el fisio, y otras veces cerca de tu casa, cuando aún paseabas algo.
De todas formas tengo muchos recuerdos tuyos y de Balbina, y a pesar de que la vida nos llevó por oficios distintos, nuestra relación siempre fue cordial y cariñosa, por lo que he sentido profundamente tu fallecimiento, pues solo tenías un año menos que yo.
En estos momentos de dolor para tu esposa, hijos y nietos, me uno a ellos en el mismo, y deseo que tu bondad y desinterés te hayan granjeado el premio eterno y estés leyendo esta crónica por encima de las estrellas, para que te des cuenta de que se te apreciaba mucho en la tierra que te vió nacer y que mi sentimiento de ausencia es verdadero y doloroso. Dios quiera que nos veamos en la otra vida, para continuar la amistad.