Me gusta la Navidad. Sí, ya sé que no es muy correcto, pero me gusta y siempre ha sido así, me viene genéticamente por parte de mi Padre. Lo que la rodea… es otro cantar. Y nunca mejor dicho.
Esta tarde me encontraba en casa tan ricamente gozando del Mesías, en concreto estaba con Isaías 9.5, que tras pasar por las manos de Haendel resulta sobrecogedor, cuando todo se derrumba: una charanga atacando un medley de una variación abrumadora, con un denominador común: sonaban a carnaval. Los “peces del río” ¿Tuerto? eran seguidos por “la cucaracha” y las “campanas” precedían machaconamente al “auge y caída de la ciudad de Mahagonny” ¿a que dicho así suena de una sofisticación muy chic? pues no, mis queridos amiguitos era el “yo te daré, niña hermosa” que no sonaba a Weill, sino igual que el resto de tan extenuante repertorio.
Y no es que tenga nada contra la charanga, pero la magia se rompió, como cuando tengo que escuchar esos villancicos interpretados por desaforados querubes que proliferan y atruenan en cada esquina. Tampoco tengo nada en contra de los niños cantores; de hecho, con los de Viena me ha felicitado la Navidad un amigo querido y esa “Noche de Paz” ha sido gloriosa.
Aparte de escuchar a todas horas villancicos mal interpretados y a un volumen inadecuado, no haces más que ver parpadeantes lucecitas y brillos multicolores, también unidos por un denominador común: el made in PCR. No sé si algunos de mis hipotéticos lectores sabrá la razón por la cual a los orientales les gustan tanto los brillos y los colorines. No entro en el asunto “figuritas” porque rozamos la blasfemia. Lo cierto es que toda nuestra Navidad es china y como tal de bajo precio y olorcillo… digamos “peculiar”. Y como esto de escribir tiene algo de catarsis (5ª acepción, por favor) me estoy dando cuenta que lo que no me gusta de la Navidad es lo que le resulta extraño.
Así que me gusta lo que se celebra y su significado trascendente. Y eso que, como cualquiera, tengo ausencias que aún duelen y me acuerdo de quienes van a celebrar unas fiestas poco felices: los “huecos” estos días gritan con fuerza porque son fechas que, querámoslo o no, son especiales por la esperanza que conlleva lo que se celebra.
También me acuerdo de quienes están alejados físicamente de nosotros aunque andan “escondidines” en nuestro corazón: doña María, que ya salió aquí en el primer escrito; o los Péix, a los que nunca me acuerdo de olvidar; algunos miembros de mi familia y amigos dispersos por el mundo; y cómo no, a María.
Y por supuesto de quienes tenemos alrededor y vamos a ver estos días. Para todos ellos y algunos más una muy feliz Navidad y Año Nuevo. Excluyo a unos cuantos, pero eso ya lo dijeron los ángeles “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad” así que ¿quién soy yo para llevarles la contraria?